Case Studies

El lobo y el cordero -cuentos cortos

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Había una vez un Corderillo sediento que estaba bebiendo en un arroyuelo. En esto estaba ocupado el Corderillo cuando llegó en esto un Lobo en ayunas, buscando jaleo y atraído por el hambre.

-¿Cómo te atreves a enturbiarme el agua? -dijo el Lobo, malhumorado, al Corderillo-. Castigaré tu temeridad.

-No se irrite, Vuesa Majestad- contestó el Cordero-. Considere que estoy bebiendo
en esta corriente veinte pasos más abajo, y así mal puedo enturbiarle el agua.

-Me la enturbias -gritó el feroz animal-, y me consta que el año pasado hablaste mal de mí.

-¿Cómo había de hablar mal yo de usted, si no había nacido todavía? Ni siquiera estoy destetado todavía, que aún me amamante mi madre.

-Si no eras tú, sería tu hermano -dijo el Lobo .

-No tengo hermanos, señor -dijo el Cordero.

-Pues sería alguno de los tuyos -dijo el Lobo, cada vez más enfadado-, porque me tenéis mala voluntad a todos vosotros, vuestros pastores y vuestros perros. Lo sé de buena tinta, y tengo que vengarme.

Dicho esto, el Lobo cogió al Cordero, lo llevó al fondo de sus bosques y se lo comió, sin más auto ni proceso.

Y es que de poco sirve razonar, que la razón del más fuerte siempre es la mejor.

El zorro y la cigüeña -cuentos cortos

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Un día el señor Zorro decidió invitar a comer a la señora Cigüeña. La señora Cigüeña aceptó, pensando que el señor Zorro sería muy espléndido con ella.

Pero cuando la señora Cigüeña llegó, lo único que se encontró fue un triste sopicaldo servido en un plato muy llano. Así de sobrio era el anfitrión.

Tan llano era el plato que la señora Cigïeña no pudo comer nada con su largo pico. Sin embargo, el señor Zorro sorbió y lamió perfectamente todo el plato, sin importarle que la señora Cigüeña no pudiera comer nada.

Para vengarse de aquella burla, la señora Cigüeña le invitó a comer poco después.

-¡De buena gana iré! -le contestó el señor Zorro - con los amigos no gasto ceremonias.

A la hora señalada, fue a casa de la señora Cigüeña. Le hizo mil reverencias y encontró la
comida a punto. Tenía muy buen apetito, acrecentado por la deliciosa vianda que le ofreció la señora Cigüeña, que era un sabroso salpicón de exquisito aroma.

Pero cuando el señor Zorro quiso empezar a comer vio que la comida estaba servida en un recipiente de cuello largo y boca estrecha. El pico de la señora Cigüeña pasaba muy bien por ella, pero no el hocico del señor Zorro, que tuvo que volver a su casa sin haber podido probar bocado, con las orejas gachas, apretando la cola y avergonzado, como si, con toda su astucia, le hubiese engañado una gallina.

La boda de Hans - cuentos cortos

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Érase una vez un joven campesino llamado a Hans al que tío quiso encontrarle una esposa rica. El tío sentó a Hans detrás de una estufa muy caliente. Entonces le dio un vaso de leche y mucho pan blanco, le puso una moneda brillante recién acuñada moneda en su mano, y le dijo,

-Hans, sujeta con fuerza esa moneda, desmiga el pan blanco en la leche, y permanece donde estás. No te muevas de este sitio antes de que yo vuelva.

-Sí, tío- dijo Hans -haré lo que me mandas.

Entonces, el tío se puso un viejo pantalón remendado con parches, fue a donde la hija de un campesino rico en el pueblo vecino, y le dijo:

-¿No se casaría usted con mi sobrino Hans? Así conseguiría usted a un hombre honesto y sensible que sin duda le satisfaría.

El padre, un hombre codicioso, preguntó:

-¿Cómo está él en cuanto a sus medios? ¿Tiene pan para compartir?

-Querido amigo- contestó el tío, -mi joven sobrino tiene un asiento cómodo, dinero reluciente en la mano, y mucho pan para compartir. Además, él tiene tantos parches como tengo yo-. Y al hablar, daba palmadas a los parches en su pantalón, pero en aquellos caseríos, las parcelas de tierra eran también llamados parches-. "Si pudiera venir a casa conmigo, usted verá inmediatamente que todo es como le he dicho.

El avaro padre no quiso perder esta buena oportunidad, y dijo:

-Si así es el caso, no tengo nada más que hablar para contradecir el matrimonio.

Así la boda fue celebrada el día designado. Y cuando la joven esposa salió al aire libre para ver la propiedad del novio, Hans se quitó su abrigo de domingo y se puso su traje de trabajo, remendado con parches, y dijo:

-Se me podría estropear mi abrigo bueno.

Los recién casados salieron juntos y dondequiera que una división viniera a la vista, Hans señalaba con su dedo y luego daba palmadas a un parche grande o a uno pequeño que hubiera en uno de los remiendos de su ropa, diciendo:

-Este parche es mío, y ese otro también, mi muy querida esposa, sólo míralo-. Hans decía esto suponiendo que su esposa no debería contemplar la amplia tierra, sino su ropa, la que sí era realmente de su propiedad.

Y tú lector, me preguntas:

-¿De veras estuviste en la boda?

-Sí, por supuesto que estuve, y con traje completo. Mi sombrero era de nieve (por no decir blanco), pero vino el sol y lo derritió. Mi abrigo era de telas de araña (por no decir de finos hilos), pero tuve que pasar entre unas espinas y me lo rasgaron. Mis zapatos eran de cristal (por no decir muy brillantes), y cuando tropecé con una piedra, hicieron clic y se quebraron en dos.

La rosa más bella del mundo - cuentos cortos

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Había una vez, hace mucho tiempo, una reina muy poderosa. En su jardín lucían las flores más bonitas de cada estación del año. Pero la reina prefería las rosas por encima de todas las demás. Es por eso las tenía de todas las variedades. Las rosas crecían pegadas al muro del palacio, enroscándose en las columnas y los marcos de las ventanas, penetrando en las galerías y extendiéndose por los techos de los salones, con gran variedad de colores y perfumes.

Pero, a pesar de la belleza de las flores, en el palacio solo la tristeza y la aflicción. La reina permanecía en su cama, enferma, y los médicos decían que iba a morir.

-Hay un medio de salvarla -afirmó el más sabio de los médicos que atendían a la reina-. Tráiganle la rosa más espléndida del mundo, la que sea expresión del amor más puro y sublime. Si puede verla antes de que sus ojos se cierren, no morirá.

Viejos y jóvenes de todo el reino acudieron con las rosas más bellas que crecían en todos los jardines. Pero ninguna resultó ser la que el médico decía. La flor milagrosa tenía que proceder del jardín del amor. Pero incluso en él, ¿qué rosa era expresión del amor más puro y sublime?

Los poetas cantaron las rosas más hermosas del mundo, y cada uno celebraba la suya. Y el mensaje corrió por todo el país, y llegó a cada corazón en el que el amor palpitaba.

-Nadie ha mencionado aún la flor -afirmaba el sabio-. Nadie ha designado el lugar donde florece. No son las rosas de la tumba de Romeo y Julieta o de la Walburg, a pesar de que su aroma se exhalará siempre en leyendas y canciones. Tampoco son las rosas que brotaron de las lanzas ensangrentadas de Winkelried, de la sangre sagrada que mana del pecho del héroe que muere por la patria, aunque no hay muerte más dulce ni rosa más roja que aquella sangre. Ni es tampoco la rosa mágica de la Ciencia.

-Yo sé dónde florece -dijo una madre feliz-. Sé dónde se encuentra la rosa más preciosa del mundo, la que es expresión del amor más puro y sublime. Florece en las rojas mejillas de mi dulce bebé cuando, descansado tras el sueño, abre los ojos y me sonríe con todo su amor.

Bella es esa rosa -contestó el sabio- pero hay otra más bella todavía.

-¡Sí, otra mucho más bella! -dijo otra de las mujeres-. La he visto; no existe ninguna que sea más noble y más santa. Pero era pálida como los pétalos de la rosa de té. En las mejillas de la reina la vi. La Reina se había quitado la real corona, y en las largas y dolorosas noches sostenía a su hijo enfermo, llorando, besándolo y rogando a Dios por él, como sólo una madre ruega a la hora de la angustia.

-Santa y maravillosa es la rosa blanca de la tristeza en su poder, pero tampoco es la requerida -dijo el sabio.

-No; la rosa más incomparable la vi ante el altar del Señor -afirmó el anciano y piadoso obispo-. La vi brillar como si reflejara el rostro de un ángel. Las doncellas se acercaban al altar, renovaban el pacto de alianza de su bautismo, y en sus rostros se encendían unas rosas y palidecían otras. Había entre ellas una muchachita que era la expresión del amor más puro y más sublime.

-¡Bendita sea! -exclamó el sabio-, pero ninguno ha nombrado aún la rosa más bella del mundo.

En esto entró en la habitación un niño, el hijo de la Reina. Había lágrimas en sus ojos y en sus mejillas, y traía un gran libro abierto, encuadernado en terciopelo, con grandes broches de plata.

-¡Madre! -dijo el niño-. ¡Oye lo que acabo de leer!-. Y, sentándose junto a la cama, se puso a leer acerca del crucifijo que había sobre la mesita de noche de la reina.

-¡Amor más sublime no existe!

Se encendió un brillo rosado en las mejillas de la reina, sus ojos se agrandaron y resplandecieron, pues vio que de las hojas de aquel libro salía la rosa más espléndida del mundo, la imagen de la rosa que, de la sangre de Cristo, brotó del árbol de la Cruz.

-¡Ya la veo! -exclamó-. Jamás morirá quien contemple esta rosa, la más bella del mundo.

El borriquillo - cuentos cortos

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Había una vez un rey y una reina muy ricos tenían todo lo que se puede desear, excepto hijos. La reina se lamentaba por ello de día y de noche por ello.

Un día, después de mucho penar. por fin la reina dio a luz un hijo. Pero cuando la criatura vino al mundo no tenía figura de ser humano, sino de borriquillo. Al verlo, la madre empezó a llorar, diciendo que mejor habría sido continuar sin hijos antes que dar a luz un asno. Pero el rey no estaba de acuerdo.

- Puesto que Dios lo ha dispuesto así, este será mi hijo y heredero. Y cuando yo muera subirá al trono y ceñirá la corona.

Criaron los reyes al borriquillo, el cual creció, y crecieron también sus orejas, tan altas y enderezadas que era un primor. Era alegre y retozón, y mostraba una especial afición a la música, hasta el punto de que se dirigió a un famoso instrumentista y le dijo:

- Enséñame tu arte, pues quiero llegar a tocar el laúd tan bien como tú.

- ¡Ay, mi señor! - le respondió el músico -. Difícil va a resultaras, pues tenéis los dedos muy grandes y no están conformados para ello. Mucho me temo que las cuerdas no resistan.

Pero de nada sirvió, pues el borriquillo se mantuvo en sus trece. Estudió con perseverancia y, al fin, supo manejar el instrumento tan bien como su maestro.

Un día salió el señorito de paseo. Iba pensativo y llegó a una fuente. Al mirarse en las aguas vio su figura de asno, y le dio tanto pesar, que se marchó errante por esos mundos de Dios, sin llevarse más que un fiel compañero. Después de andar mucho tiempo sin rumbo fijo, llegaron a un país gobernado por un anciano rey, padre de una hermosísima muchacha. Dijo el borriquillo:

- Nos quedaremos aquí -. Y, llamando a la puerta, gritó:

- Aquí fuera hay un forastero. Abrid y dejadnos entrar.

Y como nadie les abría, el borriquillo se sentó y empezó a ocar el laúd. El portero fue corriendo hacia el rey, le dijo:
- Ahí fuera, en la puerta, hay un borriquillo que está tocando el laúd con tanto arte como el mejor de los maestros.

- Invita, pues, al músico a que entre - le ordenó el rey. Pero al ver que se presentaba un burro, los presentes soltaron la gran carcajada. Los mozos recibieron orden de darle pienso y llevárselo abajo.

- Yo no soy un vulgar asno de establo, sino noble -protesto el borrico.

- En este caso, vete con los soldados - le dijeron entonces.

- No - replicó él -, quiero estar junto al rey.

Este se echó a reír y dijo:

- Bien. borriquillo. Ponte a mi lado-. Luego le preguntó -: Borriquillo, ¿qué tal te parece mi hija?

El asno volvió la cabeza para mirarla ydijo:

- La verdad es que jamás he visto otra tan hermosa.

- Puedes sentarte a su lado, si quieres.

- ¡Con mucho gusto! - exclamó el borrico, y, colocándose a su lado, comió y bebió, comportándose con la mayor corrección y pulcritud.

Cuando llevaba una buena temporada en la corte de aquel rey, pensó: "Todo esto no remedia nada. Hay que volver a casita," y, triste y cabizbajo, se presentó al soberano para despedirse. Pero el rey le había cobrado afecto y le dijo:

- ¿Qué te pasa, borriquillo? Pareces agriado como una jarra de vinagre. Quédate conmigo, te daré todo lo que pidas. ¿Quieres oro?

- No - respondió el borrico, meneando la cabeza. - ¿Quieres adornos y pedrería?

- No.

- ¿Quieres la mitad de mi reino?

- ¡Oh, no!

Dijo el rey entonces:

- ¡Si pudiera adivinarte los gustos! ¿Quieres casarte con mi hija?
- ¡Oh, sí! - respondió el borriquillo -. ¡Esto sí que me gustaría! -. E inmediatamente se puso alegre, recobrando su antiguo buen humor, pues era aquél el mayor de sus deseos.

Se celebró una espléndida boda y al anochecer, cuando los novios fueron conducidos a su habitación, queriendo saber el rey si el borriquillo se comportaba con gentileza y corrección, mandó a un criado que se escondiera en la alcoba. Cuando los recién casados estuvieron en la habitación, corrió el novio el cerrojo de la puerta, echó una mirada a su alrededor y, seguro de que estaban solos, quitándose de pronto la piel de asno, quedó transformado en un esbelto y apuesto joven.

- Ya ves ahora quién soy - dijo a la princesa -, y ves también que no soy indigno de ti.

Se alegró la novia y lo besó muy entusiasmada. Pero al llegar la mañana, levantóse el mozo y volvió a ponerse la piel de asno, de manera que nadie habría podido sospechar quién se ocultaba bajo aquella figura. No tardó en presentarse el rey.

- ¡Caramba! - exclamó -. ¡Pues no está poco contento el borriquillo! Pero tú debes de estar triste - prosiguió, dirigiéndose a su hija - al no tener por esposo a un hombre como los demás.

- ¡Oh, no, padre mío! - respondió ella -. Lo quiero tanto como si fuese el más hermoso de los hombres, y le seré fiel hasta la muerte.

El Rey estaba admirado, pero el criado, que había permanecido oculto, le descifró el misterio. Dijo el rey:

- Esto no puede ser verdad.

- Id vos la próxima noche y lo veréis con vuestros propios ojos. Y si queréis seguir mi consejo, quitadle la piel y arrojadla al fuego. así no tendrá más recurso que el de presentarse en su verdadera figura.

- Es un buen consejo - dijo el rey.

Y por la noche, cuando todos dormían, entró furtivamente en la habitación, y, al llegar junto a la cama, pudo ver, a la luz de la luna, a un apuesto joven dormido. La piel yacía extendida en el suelo. El rey la cogió y se fue. Enseguida mandó encender un gran fuego y arrojar a él la piel de asno. Y no se movió de allí hasta que estuvo completamente quemada y reducida a cenizas.

Deseoso de ver qué haría el príncipe al despertarse, el rey pasó toda la noche en vela, con el oído atento. Cuando amaneció y el mozo saltó de la cama para ponerse su piel de asno, al no encontrarla, exclamó, sobresaltado y lleno de angustia: - ¡Ahora no tengo más remedio que huir!

Pero a la salida encontróse con el rey, el cual le dijo:
- Hijo mío, ¿adónde vas con tanta prisa? Quédate, eres un hombre tan apuesto que no quiero que te separes de mi lado. Te daré enseguida la mitad de mi reino, y, cuando muera, lo heredarás todo.

- Pues que el buen principio tenga también un buen fin ­-respondió el joven -. Me quedo con vos.

El rey la mitad del reino, y cuando, al cabo de un año, murió, le legó el resto. Además, al fallecer su padre, heredó también el suyo, y de este modo discurrió su vida en medio de la mayor abundancia.

El nido de cisnes - cuentos cortos

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Hay un nido de cisnes, allá por Dinamarca. En él nacían y siguen naciendo cisnes que jamás mueren. Hace mucho tiempo, una bandada de estas aves voló hasta Milán. Esta bandada de cisnes recibió el nombre de longobardos.

A su vez, otra bandada de cisne se dirigió a Bizancio, donde se sentó en el trono imperial y extendió sus amplias alas blancas a modo de escudo, para protegerlo. Fueron los varingos.

Pero en la costa de Francia la gente estaba asustada ante la presencia de los cisnes sanguinarios, que llegaban con fuego bajo las alas. El pueblo rogaba a Dios que les librase de ellas.

En Inglaterra se posó el cisne danés, con triple corona real sobre la cabeza y extendiendo sobre el país el cetro de oro.

Los paganos de la costa de Pomerania hincaron la rodilla, y los cisnes daneses llegaron con la bandera de la cruz y la espada desnuda.

Todo eso ocurrió en épocas muy antiguas, pero también en tiempos más recientes se han visto volar del nido cisnes poderosos. Así, hace mucho tiempo, se hizo luz en el aire y la luz sobre los campos del mundo cuando, con sus robustos aleteos, el cisne Tycho Brahe disipó la niebla opaca, quedando visible el cielo estrellado, como si se acercase a la Tierra.

Más recientemente se vio un cisne tras otro en majestuoso vuelo. Uno pulsó con sus alas las cuerdas del arpa de oro, y las notas resonaron en todo el Norte; las rocas de Noruega se levantaron más altas, iluminadas por el sol de la Historia. Se oyó un murmullo entre los abetos y los abedules. Los dioses nórdicos, sus héroes y sus nobles matronas, se destacaron sobre el verde oscuro del bosque.

Se vio también un cisne que batía las alas contra la peña marmórea, con tal fuerza que la quebró, y las espléndidas figuras encerradas en la piedra avanzaron hasta quedar inundadas de luz resplandeciente. En aquel entonces los hombres de las tierras circundantes levantaron la cabeza para contemplar las portentosas estatuas.

Se vio un tercer cisne que hilaba la hebra del pensamiento, el cual da ahora la vuelta al mundo de país en país, y su palabra vuela con la rapidez del rayo.

Dios ama al viejo nido de cisnes de Dinamarca. Ninguna otra ave, por poderosa que sea, logrará destruirlo. Hasta las crías se colocan en círculo en el borde del nido. Recibirán los embates en pleno pecho, del que manará la sangre, pero aun así se defenderán con el pico y con las garras.

Pasarán aún siglos, otros cisnes saldrán del nido, que serán vistos y oídos en toda la Tierra, antes de que llegue la hora en que pueda decirse: Es el último de los cisnes, el último canto que sale de su nido.

El músico prodigioso - cuentos cortos

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Había una vez un músico prodigioso que vagaba solo por el bosque dándole vueltas a la cabeza. Cuando ya no supo en qué más pensar, se dijo:

-En el bosque se me hará largo el tiempo, y me aburriré. Sería buena idea buscar compañero.

El músico sacó el violín que llevaba y empezó a tocarlo. Al poco se le acercó un lobo y le dijo:

-Hola, chico, ¡qué bien tocas! Me gustaría aprender."

-Pues no te será difícil si haces todo lo que yo te diga- le dijo el chico, al que no le gustó mucho la idea de tener por compañero a un lobo.

El lobo aceptó obedecer al músico en todo lo que este le pidiera. Así, el chico le indicó que lo siguiera, y, tras andar un rato, llegaron junto a un viejo roble, hueco y hendido por la mitad.

-Si quieres aprender a tocar el violín, mete las patas delanteras en esta hendidura -le dijo el chico.

El lobo obedeció el lobo y el chico, cogiendo rápidamente una piedra, la uso para aprisionar las patas del lobo y lo dejó allí atrapado.

-Ahora espérame hasta que vuelva -dijo el músico. Y prosiguió su camino.

Al cabo de un rato, cuando estaba ya lejos de allí, el músico cogió de nuevo el violín y se puso a tocar, esperando un compañero. Acudió esta vez una zorra, que le dijo:

-Hola, músico, ¡qué bien tocas! Me gustaría aprender.

-No te será difícil si haces cuanto yo te mande --contestó el músico, al que la compañía de la zorra tampoco le agradaba.

-Sí, músico, te obedeceré- dijo la zorra.

-Pues sígueme -ordenó el muchacho.

No tardaron en llegar a un sendero, bordeado por altos arbustos. El músico mandó a la zorra agarrar con ambas manos unas ramas. Allí la ató y soltó las ramas, dejando a la zorra colgada en el aire.

-Espérame ahí hasta que regrese -le dijo. Y se puso en camino de nuevo.

Al cabo de un rato volvió a sacar el violín y se puso a tocar. Esta vez fue una liebre quien se acercó. Pero al músico tampoco le agradaba la idea. Y cuando esta le dijo que le gustaría aprender a tocar el violín, el músico repitió, una vez más, que debía obedecer en todo lo que dijera.

La liebre aceptó y juntos caminaron por el bosque. Allí, el músico ató a la liebre a un árbol y le mandó que diera veinte vueltas corriendo. Cuando acabó, la liebre se había quedado enroscada al árbol, sin poder soltarse.

-Ahora espérame hasta que vuelva -dijo el músico. Y volvió a marcharse.

Mientras tanto, el lobo había logrado escapar. Irritado y furioso, siguió las huellas del músico, dispuesto a darle su merecido. La zorra, al verlo pasar, le pidió ayuda. Cuando el lobo escuchó la historia no dudó un segundo en ayudar a la zorra, y juntos partieron en busca del músico. Por el camino encontraron a la liebre, que se lamentaba de su mala suerte. Al descubrir su historia, el lobo y la zorra lo soltaron. La liebre decidió acompañarlos.

En esto el músico había vuelto a probar suerte con su violín. Esta vez fue un leñador el que, atraído por el violín, se acercó a ver al músico para disfrutar de su bonita melodía.

-Por fin doy con el compañero que me conviene -pensó el violinista-. Un hombre era lo que buscaba, y no alimañas salvajes.

Pero entonces vio acercarse al lobo, a la zorra y a la liebre, y, por sus caras de pocos amigos, comprendió que no tenían buenas intenciones. Entonces el leñador, colocándose delante del músico, dijo:

-Tenga cuidado quien quiera hacerle daño a este chico, pues tendrá que vérselas conmigo.

Ante esto, los animales, atemorizados, echaron a correr a través del bosque, mientras el músico, agradecido, obsequiaba al leñador con otra bella melodía.

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