Case Studies

El reto de Momo - cuentos de terror

5-cuentos-cortos-cuentos-de-terror-parte-3

La universidad estaba vuelta un caos, todos tenían el mismo tema de conversación y siendo sincera me estaba hartando un poco. “Momo”, como se hace llamar la fulana mujer de ojos saltones y sonrisa perturbadora, es un supuesto demonio que conoce tu ubicación y tus datos con solo mensajear contigo en Whatsapp, una completa idiotez tomando en cuenta que es algo imposible a menos que se trate de un robot.

-Antonella, deberías escribirle a ver que si te responde, a ninguno de nosotros nos ha respondido aún. -Mencionó Luke, mi inmaduro novio. A veces me cuesta creer que en serio salgo con él.

-No haré nada y si me disculpas, iré a mi siguiente clase. -Empecé a recoger mis cosas y cuando ya estaba dispuesta a irme al salón, Luke habló.

-¿Dejarás tu teléfono?

Me lo extendió y lo tomé en seguida para correr al aula, ya iba retardada, genial.

En el transcurso de la tarde, mientras estaba en clases, me llegó una notificación, no podía saber exactamente si era de Whatsapp o de Facebook y tampoco lo sabría hasta salir de mi jornada a las 3:30 de la tarde. Para mi sorpresa o disgusto, todos mis amigos, incluido Luke, se habían ido y me dejaron sola en el campus.

Me dispuse a caminar para pasar mi molestia y recordé mi notificación, así que saqué el teléfono y me extrañe al ver que un número desconocido me escribía. El código de área no pertenece a este territorio y en seguida maldije en mi mente. Esos idiotas le escribieron a la cosa del Whatsapp. Ingrese al chat y un frío me recorrió el estómago, la foto de perfil en verdad era horrenda. Mujer caucásica, ojos muy grandes y casi fuera de sus cuencas, boca alargada como un pájaro y sonrisa demoniaca.

+81435102539:
Hola Antonella 12:35
¿Quién eres? 03:36 ✓✓

Eres parte de mi juego 03:36

¿Juego dices? Eres un robot. 03:37 ✓✓

Un robot no sigue tus pasos 03:37

Detuve mi andar y mi cuerpo se tensó, por alguna extraña razón sentía auténtico miedo. Observé a mi alrededor y no había nadie sospechoso ¿Pero qué era algo sospechoso realmente? Me encontraba caminando cerca de un parque, habían muchas personas y cualquiera de ellas podía estar jugándome una broma. Incluso mis amigos pudieron cambiar el remitente del contacto para asustarme.

Luke, juro que si eres tú voy a golpearte y te podrás olvidar de los privilegios de novio a partir de ahora. 03:42 ✓✓

Luke será el próximo, ahora te sigo a ti. Siempre estás sola 03:43

Tal como lo estás ahora 03:43

¡Oh por dios! abrí la foto y la detalle absolutamente. ¡Esa soy yo! me giré sobre mis talones totalmente alterada, dispuesta a discutir con cualquiera que me esté acosando pero no había nadie sospechoso, solo niños jugando y ancianas dándole de comer a las aves.

Basta, no es gracioso 03:45 ✓✓

Caminé más deprisa hacía mi casa y en cuanto llegué cerré todo con seguro pero en en vez de sentirme a salvo, seguía sintiendo que no estaba sola, que alguien me observaba desde algún lugar de mi vivienda. Las notificaciones en mi celular no paraban de llegar y en estos momentos no quería ni siquiera abrir la aplicación. Un ruido por la escalera me alertó y cuando estaba llegando allí, mi celular empezó a sonar de manera estrepitosa, repitiendo el ringtone una y otra vez. Era ese número.

Después de 3 llamadas perdidas, decidí contestar. A principio solo se escuchaba una respiración agitada, la mía supongo. Luego una voz rasposa empezó a decir cosas en un idioma extraño y todos los objetos de mi hogar comenzaron a moverse. La llamada finalizó, pero el movimiento no cesaba, tanto así que llegó un momento en el que el suelo tembló y caí de bruces, dejando que mi teléfono cayera a unos metros. Una risa malévola se hizo presente y a esas alturas ya me encontraba llorando.

Las luces se volvieron intermitentes y no podía ver muy bien, solo divagaba entre las sombras, la risa y una figura horrenda justo frente a mi. De la nada, todo se volvió oscuro y cuando menos lo pensé, tenía la respiración de algo o alguien en mi cara. Cerré los ojos con fuerza, deseando con todo mi corazón que todo fuera una alucinación. El ruido cesó, al igual que el movimiento a nivel general, todo había terminado y abrí mis ojos.

-AAAAAAAAAAHHHHHH

Momo estaba delante de mí con su sonrisa retorcida y ojos saltones.

El gato maldito -cuentos de terror

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Mi familia no era muy grande, solo éramos mis padres, mi hermana Katherine de 9 años, mi hermano Felipe de 5 y yo, Margareth de 15. Katherine era amante de los animales, pero tenía debilidad por aquellos con problemas físicos, los abandonados. Siempre solía traer perros con sarna o con alguna discapacidad a la casa y mi mamá hacía que los devolviera a la calle. Un buen día, mi padre llegó a casa con un gato negro sin ojos, era la cosa más horrible que había visto.

-¿Por qué trajiste esa cosa? Llevatela papá, da miedo.

-No lo haré, lo traje para tu hermana, quiere una mascota y esta parecía ser perfecta para ella. ¿Ama a los animales en desgracia, no?

Ni mi mamá ni yo estábamos contentas con la decisión de papá, pero mi hermana se veía feliz, así que intentamos ignorar nuestra incomodidad, pero para mi era realmente complicado. El gato no tenía ojos, solo dos agujeros negros horribles y aun así parecía que podía ver a traves de mi alma. Mi hermana lo cargaba en sus brazos, pero el gato no para de girar su cabeza en mi dirección, como si pudiera verme.

Así transcurrieron los días, el gato se la pasaba por toda la casa, jugando como si se tratara de uno normal, no se tropezaba, no tenía problemas en tomar objetos o de comer lo que sea que le diera mi hermana, simplemente no parecía que fuera ciego. Una noche, mi madre le dijo a Katherine que soltara al dichoso gato y se fuera a lavar las manos para cenar. El animal estuvo en el suelo por unos minutos, con su cabeza en mi dirección, me dio miedo y me fui a cenar con mi familia.

Entrada la noche, mi hermana estaba llamando al gato y este no aparecía, por mi parte yo estaba feliz, al fin esa cosa había desaparecido, ya no tendría miedo de verlo o encontrarlo en cualquier lugar, sería feliz otra vez. Luego de una hora de búsqueda, mi hermana comenzó a llorar por ese animal y así estuvo hasta que se quedó dormida. Yo me fui a mi habitación y me quedé dormida.

Pronto sentí que me faltaba la respiración, como si algo estuviera sentado encima de mi, cortando mi respiración. Quería abrir mis ojos y no podía, estaba paralizada, sintiendo como el aire se iba de mi cuerpo, pero de la nada, esa sensación fue reemplazada por dolor en todo mi cuerpo. Sentía que desprendían mi piel de la manera más tortuosa posible y solo escuchaba mi respiración agitada y un maullido muy cerca de mi rostro.

Desperté aturdida, mareada y sudada. Vi la hora en mi reloj de mesa y eran las 12:30 de la madrugada. Traté de calmarme hasta que vi una sombra pequeña en la puerta de mi habitación, al encender la luz, no había nada. Volví a dormir y cuando pensé que podía descansar, tuve el mismo sueño, igual de espeluznante y real, solo que esta vez desperté por el grito de mi hermana desde su habitación.

Mientras me levantaba, vi que eran las 3 am. Cuando llegué a la habitación de Katherine, me encontré con que había un hombre muy alto en su ventana, vestía de negro y en su rostro solo podían verse las cuencas vacías en lugar de sus ojos. Tomé a mi hermana rápidamente y fuimos hasta la habitación de mis padres, pero la escena era mucho peor.

Mi padre estaba boca abajo en su cama, con un charco de sangre manchando todo y al voltearlo, nos dimos cuenta que no tenía ojos, uñas ni lengua. Mi madre estaba en las mismas condiciones, con la boca abierta donde salía sangre a borbotones, su cuerpo aún convulsionaba por la impresión, pero no tenía ojos. Mi hermano pequeño no paraba de llorar y cuando intenté salir de casa con ellos, el gato se interpuso en nuestro camino.

No importaba a donde fuéramos, el gato nos perseguía y no nos dejaba salir. Estuvimos sin comer por una semana, la despensa estaba vacía, nadie vino por nosotros y el olor putrefacto de los cuerpos de mis padres inundaba toda la estancia. No podíamos dormir, cada vez que cerrábamos los ojos, el gato amenazaba con arrancarlos de su lugar.

Morimos 7 días después. La policía encontró nuestros cuerpos sin ojos ni lengua, llenos de mucha sangre y con trozos de piel faltantes, piel que se había comido el gato sin ojos…

¿Quieres al gato sin ojos?

El fantasma de la monja del campanario - cuentos de terror

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Papá se ha marchó de casa, escuché cuando le decía a mamá que no podía con tanta responsabilidad y ahora ella tiene un nuevo novio, a mi él no me agrada, hace muchas cosas que no están bien, pero mamá no quiere creerme que es malo, ella está enamorada.

Durante la guerra hubo demasiados muertos, no solo en Alemania, sino en el resto de territorios que estaban involucrados en las masacres por culpa de sus gobiernos. Por cada muerte, un alma quedaba vagando en la tierra, aterrorizando a las personas que vivían en las localidades malditas, sin embargo, esta es una historia diferente. Este fantasma no es de alguien que haya luchado y perdido la vida en batalla, sino de una mujer que, desistiendo de la gracia de Dios, se enamoró de un soldado que murió de manera trágica, rompiendo una promesa que ella, más adelante, se llevó hasta la muerte.

Anne era una monja alemana que servía en diferentes parroquias, tenía muchos conocimientos y los utilizaba para ayudar a los soldados heridos, salvandolos de una muerte inminente. Un buen día, mientras la monja veía el paisaje por la ventana del convento, observó a un soldado bastante apuesto, se puede decir que fue amor a primera vista. Ambos se conocieron formalmente y prometieron verse todas las noches bajo el campanario de la iglesia principal de la localidad.

Así lo hicieron por mucho tiempo, hasta que el soldado tuvo que irse con su tropa hasta otro lugar, la guerra se estaba movilizando y con ella los militares activos. Antes de irse, él le prometió a la monja que él volvería y que ella debería esperarlo. La monja iba todas las noches al campanario con la esperanza de que él llegara y huyeran juntos a seguir con ese amor que ya había nacido, pero eso nunca sucedió. Pasaron los años y la monja seguía con su tradición, solo que ya no tenía la misma energía que antes, estaba vieja, amargada y con profundo odio hacia los hombres.

Una noche, el cura iba pasando por la zona del campanario y encontró una escena que lo dejó totalmente petrificado y lleno de horror. La monja se había ahorcado ¿Lo peor? su alma quedó vagando por ese lugar y suele aparecerle a los hombres que caminan solos por el campanario. Se dice que se aún se pueden escuchar sus lamentos, llamando al soldado que la abandonó, nadie creía esto hasta que recientemente, sucedió.

Era una noche muy fría, no daban más de las 8 de la noche pero las calles estaban vacías. Quedaba poco para llegar a mi casa, pero por querer acortar camino el joven decidió pasar por el campanario. Nunca había caminado por allí de noche, nunca tuvo la oportunidad de hacerlo y reconoce que actualmente hubiera preferido jamás pasar por allí. Prácticamente estaba frente al lugar cuando unos llantos le llamaron la atención, quería ayudar y me adentre al campanario.

-¿Hola? ¿Puedo ayudar en algo? Nadie me respondió y cuando iba a salir, el llanto volvió, solo que esta vez era más fuerte y desconsolado, pero el frío de la noche y la soledad de las calles hacían que todo eso fuera una combinación realmente terrorífica. Sin importar que tenía mucho miedo, me fui directo al lugar donde provenía el llanto y ahogué un grito, no porque no quisiera gritar, sino porque no podía hacerlo.

Justo frente a el se encontraba una monja, con la piel tan blanca que casi parecía ser transparente, estaba colgada, parecía que tenía tiempo allí pero en vez de querer ayudarla, mi intención era salir corriendo de allí, pues sus ojos estaban abiertos de par en par, mirándome con reproche, con odio. Su boca se abrió y pude ver putrefacción, y cuando su cuerpo reaccionó, echó a correr.

Su llanto se escuchaba como si la tuviera al lado y veía su cuerpo en todos lados, lo persiguió por todas las calles, incluso cuando llegó a su casa seguía sintiendo que la tenía cerca. Ahora se presenta en sueños, en las peores pesadillas. La ve en todos lados y cuando trata de ignorarla, ella le hace daño físico.

Ten cuidado cuando salgas de noche, no escuches nada, no mires nada… O el fantasma de la monja te perseguirá por siempre.

La casa maldita y la llama del pasado- cuentos de terror

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Tijuana tiene sus costumbres y leyendas, lo que en el pasado era fuerte, hoy en día es más poderoso de lo que muchos piensan, lamentablemente la pareja Kliff no escuchó las advertencias y vieron con sus propios ojos que las historias son ciertas. Anthony y Claire Kliff eran una pareja de recién casados que estaban de luna de miel por México, entre tantos estados y municipios, decidieron conocer Tijuana, un lugar con buena cultura y personas sumamente amables. Hicieron varios tours, sin embargo, les faltaba uno, el más escalofriante.

Las personas del lugar les dijeron que, cerca del bosque, se encontraba una casa bastante antigua, no todo el mundo pasaba por allí porque les daba miedo siquiera estar cerca de esa vieja vivienda. Se dice que allí vivía una joven que practicaba la magia negra y que, por tener bajos recursos, estuvo a punto de perder esa casa. Para que nadie se la quitara, ella lanzó una maldición que constaba en que cualquier persona que se acercara a la propiedad, fuera llevado a un pasado remoto y se quedara allí para siempre.

Nadie sabía el alcance de sus palabras hasta que las personas encargadas de hacer el desalojo desaparecieron de manera misteriosa. Unos dicen que encontraron sus ropas y pertenencias en el medio del bosque y que, justo a las 8 de la noche se escuchan sus gritos de auxilio. La historia se fue repitiendo con el pasar de los años y cada vez se sumaban más y más personas desaparecidas y los gritos, lamentos e incluso rastros de sangre se escuchan en ese bosque.

La pareja había quedado sorprendida y aterrada por esa leyenda, pero eso no los detuvo para asistir a un pequeño tour que organizaba un grupo de excursionistas que permanecían a una distancia prudente de la casa y podían contar la historia a los turistas. Justo era el último de su estancia en México, el día había estado nublado la mayor parte del tiempo y la neblina estaba comenzando a aparecer en ciertos lugares de Tijuana. Claire tenía un mal presentimiento, pero Anthony en serio quería ir a esa casa.

Recogieron todas sus pertenencias y, como el tour era rápido, irían de allí directamente al aeropuerto. Al llegar a las inmediaciones de la casa, se encontraron con 3 excursionistas muy amables y con otros turistas que se mostraban bastante aterrados. Caminaron un poco para quitar la tensión del ambiente y las personas empezaron a hablar.

Emily era una chica algo distraída, nunca salía de casa, nuestros familiares dicen que ella tenía que quedarse siempre dentro de esa vivienda por un conjuro que habían hecho sus padres. Solo salía para hacer las compras, nunca tuvo una pareja, ni hijos. Al no trabajar, el pago de los impuestos se fue acumulando y las autoridades tenían que cobrar o simplemente embargar la casa, era lo legal.

Emily estaba aterrada por eso y cada noche se torturaba a ella misma, los vecinos decían que diariamente veían sombras y escuchaban desde susurros hasta gritos en esa casa, todos tenían miedo, decían que allí había algo maligno, diabólico y por eso Emily no podía salir de allí. Cuando las autoridades fueron a sacar a la chica de la casa, un fuego abrazador los consumió en el pórtico de la casa y mientras eso sucedía, Emily se encontraba en el centro de la vivienda, totalmente desnuda dentro de un oráculo elaborado con sangre de cordero y una sustancia blanquecina, parecía polvo para bebés.

Hablaba en lengua y riendo como una psicópata, los vecinos solo alcanzaron a entender que ella dijo: Nadie me sacará de aquí, nadie más entrará aquí y eso fue todo, los señores desaparecieron y sus pertenencias aparecieron en el bosque.

A partir de allí, los gritos y lamentos se escuchan desde el interior de la casa hasta el bosque, se dice que emily murió allí dentro, pero nadie pudo comprobarlo, todos tenían miedo… Aún tienen miedo.

La historia los aterró tanto, que decidieron salir de ese lugar cuanto antes, pero al no tener orientación, la pareja Kliff llegó justamente al frente de la casa, solo atinaron a escuchar el grito de espanto de los excursionistas cuando sintieron que eran quemados vivos y a medida que las llamas alcanzaban la cúspide de sus cuerpos, eran desterrados al pasado.

Los gritos de Claire fueron los más desgarradores, pero los testigos dicen que escucharon algo más cuando ese joven matrimonio fue consumido… Escucharon las palabras de Emily, la maldición de la bruja.

Nadie va sacarme de aquí, nadie entrará aquí.

Los niños felices - cuentos de terror

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Un día después de la Navidad de 1915, mis deberes profesionales me llevaron al Norte; o, para ser más preciso, como nuestros convencionalismos, al “Distrito Nordeste”. Había habido ciertas charlas singulares; varios chismorreos respecto a que los alemanes tenían un «escondrijo» por parte de Malton Head. Nadie parecía saber exactamente qué hacían allí o qué esperaban lograr. Mas la información corría como un incendio de una boca a otra, y se creyó conveniente que tal habladuría fuese seguida hasta sus orígenes, y expuesta al público o negada de una vez por todas.

Me dirigí, pues, al Distrito Nordeste, el domingo 26 de diciembre de 1915, y continué mis investigaciones a partir de la Bahía Helmsdale, que es un pequeño pueblo marítimo situado a tres kilómetros escasos del cabo Malton. La gente de los prados y las marismas también se había enterado de la fábula, considerándola con supremo desdén. Por lo que pude averiguar, dicho cuento había tenido origen en los juegos de unos niños que durante el verano habían vivido en Helmsdale. Habían improvisado un burdo drama de espías alemanes y su captura, y habían utilizado la Caverna Helvy, situada entre Helmsdale y el cabo Malton, como escenario de sus juegos. Esto era todo; aparentemente, los bobos habían hecho el resto; los bobos que creían de todo corazón a los «rusos», y se persignaban ante aquel que expresaba sus dudas respecto a los «Ángeles de Mons».

–Los niños forjaron un cuento que no se creían –me espetó un habitante del pueblo, que seguramente me juzgó más prudente que otras personas.

Naturalmente, no podía comprender, pese a todo, que un periodista tiene dos deberes: proclamar la verdad y denunciar la mentira.

A primeras horas de la tarde del lunes, ya había terminado con los «alemanes» y su escondite, y decidí detenerme en Banwick antes de regresar a casa, pues había oído comentar a menudo que era un lugar bellísimo y curioso. De modo que cogí el tren de la una y media, y empecé a internarme, deteniéndome en muchas estaciones desconocidas en medio de las grandes mesetas; cambié de tren en Marishes Ambo, y proseguí el viaje por un territorio extraño, a la escasa luz de la tarde invernal. De pronto, el tren abandonó el terreno llano y comenzó a descender por una cañada profunda y estrecha, oscurecida por bosques a cada lado, amarillenta por las ramas quebradas, solemne en su soledad. Lo único que se movía era el río acaudalado y turbulento que espumeaba sobre las rocas, y formaba plácidos remansos en las orillas.

Los oscuros bosques se diseminaron en grupos de antiguas matas de espinos; grandes rocas grises, de formas raras, surgían del suelo; y otras dentadas se elevaban hacia las alturas a cada lado de la cañada. El río iba creciendo y ensanchándose, y siguiendo su curso llegamos a Banwick al ponerse el sol.

Contemplé la maravilla de la ciudad a la luz del crepúsculo, rojizo por occidente. Las nubes ensombrecían los rosales; había mares de verdor por entre islas de luz carmesí; y nubes relucientes como espadas flamígeras, como dragones de fuego. Y por debajo de aquellos colores, de aquellas luces confundidas se veían las luces del puerto abajo, y más arriba, al otro lado del puente, la abadía en ruinas y la inmensa iglesia en la colina.

Salí de la estación por una antigua calle, tortuosa y estrecha, con recintos cavernosos y patios que se abrían al otro lado, y tramos de peldaños que ascendían hacia las terrazas de las casas, o descendían al puerto y a la marea del agua. Distinguí muchas casas torcidas, casi hundidas por el peso de los años, casi por debajo del nivel del suelo, con techumbres de troncos de árbol derruidas y portales encorvados, con rastros de grabados grotescos en sus muros. Y cuando llegué al muelle, al otro lado del puerto había la más asombrosa confusión de techos de tejas rojas que había visto en mi vida, y la gran iglesia normanda de color gris, en la colina pelada que los dominaba. Más abajo, las barcas se balanceaban con la marea, y el agua ardía en los fuegos del atardecer. Era la ciudad de un sueño mágico. Estuve en el muelle hasta que en el cielo hubo desaparecido todo resplandor, y las aguas y la noche invernal quedaron completamente a oscuras en Banwick.

 
 

Hallé una vieja posada junto al puerto. Los muros de las habitaciones iban al encuentro unas de otras, formando unos extraños e inesperados ángulos; había agudas proyecciones y raras junturas de ladrillos, como si una habitación tratase de internarse en otra; había indicios de escaleras imprevistas en los rincones de los techos. Mas también había un bar donde Tom Smart había gustado de sentarse, con un buen fuego de leños, viejos sillones y bastantes perspectivas de conseguir «algo caliente» después de cenar.

Me senté en tan agradable lugar una hora o dos, y conversé con la amable gente del pueblo que entraba y salía. Todos me hablaban de las viejas aventuras o la industria de la población. Antaño era un gran puerto ballenero, y tenían unos magníficos astilleros; y más adelante, Banwick fue famoso por su corte del ámbar.

–Pero ahora ya no es nada –se entristeció un parroquiano del bar–, y nosotros nada poseemos.

Salí a dar una vuelta antes de cenar. Banwick estaba en tinieblas, en espesas tinieblas. Por buenos motivos, no ardía en sus calles ni una sola luz; y apenas se distinguían algunos resquicios luminosos a través de los visillos de las ventanas. Era como andar por una ciudad de la Edad Media, con las formas antiguas de las casas apenas visibles en la oscuridad, formas que me recordaban los cuadros extraños y cavernosos del París y Tours medievales que trazó Doré.

Apenas había nadie en las calles; aunque todos los patios y callejones parecían llenos de niños. Divisé a varios corriendo aquí y allá. Y nunca había oído unas voces infantiles tan felices. Unos cantaban, otros reían, y atisbando por una de las oscuras cavernas, percibí un corro de niños que danzaban, dando vueltas y más vueltas, cantando con voces muy diáfanas una bella melodía; seguramente una tonadilla local, supuse, ya que se trataba de unas modulaciones que jamás había escuchado.

Regresé a la posada y hablé con su propietario respecto a la gran cantidad de niños que jugaban en las oscuras calles y en los patios, y en lo felices que todos me habían parecido.

Durante un instante me contempló fijamente y al fin me dijo:

–Bueno, caballero, los niños andan un poco sueltos estos días. Sus padres se hallan en el frente, y sus madres no pueden dominarlos ni sujetarlos en casa. De modo que todos se han vuelto un poco salvajes.

Había algo raro en su expresión. Pero no conseguí descubrir en qué estribaba la rareza. Y me di cuenta de que mi observación le había dejado inquieto, pero yo ignoraba en absoluto qué le pasaba. Cené y me senté un par de horas a discutir de los «alemanes» en su escondite del cabo Malton.

Terminé mi relato del mito alemán, y en vez de irme a la cama, decidí que debía dar otra vuelta por Banwick, envuelto en su maravillosa oscuridad. De modo que salí y crucé el puente subiendo por la calle del otro lado, donde se veía (se hubiese visto en pleno día) el amontonamiento de tejados rojos casi unos encima de otros, que había contemplado aquel atardecer. Ante mi asombro, vi que los extraordinarios niños de Banwick continuaban en la calle, alborotando, jugando y riendo, bailando y cantando, por las escaleras que daban a los patios interiores, pareciendo de esta forma que flotasen en el aire. Sus alegres carcajadas resonaban como campanadas en la noche.

Eran las once y cuarto cuando salí de la posada, y estaba precisamente pensando que las madres de aquella población eran excesivamente indulgentes con sus hijos, cuando éstos empezaron a entonar la antigua melodía que ya había escuchado antes. Las diáfanas y modélicas voces se elevaban en la oscuridad: a lo que me pareció, por centenares. Yo me hallaba en una callejuela, y vi con gran estupor que los niños pasaban ante mí en una larga procesión que ascendía por la colina hacia la abadía. Ignoro si había aparecido una luna muy pálida, o si las nubes pasaban por delante de las estrellas; pero el aire se aplacó, y conseguí divisar a los niños con toda claridad, andando lentamente y cantando, en un transporte de exaltación en tanto entonaban la dulce melodía en medio del bosque invernal, que en aquellos momentos parecía transformado por una temprana primavera.

Todos vestían de blanco, algunos con extrañas marcas en sus cuerpos que, supuse, tenían cierto significado en aquel fragmento de místico misterio que estaba yo contemplando.

Muchos llevaban coronas hechas con algas húmedas en torno a las sienes; uno mostraba una cicatriz pintada en la garganta; un chiquillo llevaba una túnica abierta, y señalaba una profunda herida encima del corazón, de la que parecía manar sangre; otro niño tenía las manitas muy separadas, con las palmas llenas de espinos y sangrando, como si se las hubiesen atravesado. Uno de los cantores llevaba un bebé en brazos, e incluso éste presentaba una herida en la cara.

La procesión pasó ante mí, y oí cantar a los niños mientras seguían ascendiendo por la colina hacia la antigua iglesia. Regresé a la posada, y al atravesar el puente me asaltó de repente la idea de que era el día de los Santos Inocentes. Sin duda, acababa de presenciar una confusa reliquia de alguna tradición medieval, por lo que al llegar a mi destino le formulé al posadero unas preguntas al respecto.

Entonces comprendí el significado de la extraña expresión que antes había observado en su rostro. Empezó a temblar y a estremecerse de horror; y luego se alejó de mí como si yo fuese un mensajero de la muerte.

Unas semanas más tarde estaba leyendo un libro titulado Los antiguos ritos de Banwick. Lo había escrito, en el reinado de la reina Isabel I de Inglaterra, un autor anónimo que había conocido el esplendor de la antigua abadía y la desolación que la asoló. Y hallé este pasaje:

«Y en el Día de los Inocentes, a medianoche, se celebró un maravilloso y solemne servicio religioso. Ya que cuando los monjes terminaron de cantar el Tedeum en los maitines, subió al altar el abad, espléndidamente ataviado con una vestidura de oro, por lo que era una maravilla contemplarle. Y también entraron en el templo todos los niños de tierna edad de Banwick, todos ataviados con túnicas blancas. Luego, el abad empezó a cantar la misa de los Santos Inocentes. Y cuando terminó la consagración de la misa, se adelantó hasta el Santo Libro el niño más pequeño de cuantos se hallaban presentes y podían estar de pie. Y este niño llegó al altar, y el abad lo instaló en un trono de oro reluciente, y se inclinó y lo adoró, entonando:

Talium Regnum Celoerum, Aleluya. De éste es el Reino de los Cielos, Aleluya.

Y todo el coro cantó en respuesta:

Amicti sunt stolis albis, Aleluya, Aleluya. (Vestidos están con túnicas blancas, Aleluya, Aleluya).

Y el prior y todos los monjes, por orden, adoraron y reverenciaron al niño que se hallaba sentado en el trono.»

Yo había presenciado la procesión de la Orden Blanca de los Santos Inocentes. Había visto a los que salían cantando de las aguas profundas donde se hallaba el Lusitania; había visto a los mártires inocentes de los campos de Flandes y Francia regocijándose ante la idea de oír misa en su morada espiritual.

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