Todos los pueblos tienen historias, unas más fantásticas que otras pero historias al fin y al cabo. Yo recién me estaba mudando, necesitaba un nuevo lugar para poder concentrarme en mi nueva obra literaria, después de todo, no tenía demasiadas responsabilidades o al menos no poseía demasiadas cargas. Vivía con mi prometido en la ciudad, no teníamos hijos y cada uno tenía una profesión que nos permitía vivir cómodamente, no podía quejarme de mi vida hasta ahora. La mudanza culminó con éxito y podía decir que tenía un nuevo hogar en un lugar distinto.
Mi prometido consiguió comprar un local lo suficientemente grande como para aperturar un café en el pueblo y en cuestión de meses el lugar se había convertido en la sensación de los citadinos. Yo por otro lado, iba bastante adelantada con mi historia, era de romance y comedia, algo cliché pero era lo que más demanda tenía.
Acostumbraba a pasear sola por el pueblo, tomaba el atajo de viejo colegio para llegar más rápido, ese pasadizo siempre estaba solitario y aunque nunca me pregunté el por qué de ese hecho, no dejaba de inquietarme de vez en cuando.
Mis vecinos eran amables a excepción de una señora, era bastante mayor y nunca salía de su casa. Solo la vi en dos ocasiones, hablaba sola y no permitía que nadie viera el interior de su hogar, una vivienda muy tétrica a mi a decir verdad. Muchos dicen que tuvo demasiadas hijas en el pasado pero que todas ellas murieron y que ahora vive sola. Yo no creí nada de eso, era como sacado de película que todas sus hijas murieran y casualmente todas de la misma manera, era extraño.
Un día, luego de visitar a mi prometido en su lugar de trabajo, decidí volver a casa temprano, traje conmigo un par de galletas y un jugo para comer en el camino pues todo estaba muy alejado de mi hogar. Pasé exactamente por el camino más rápido, pero esta vez no se encontraba solo, pues estaban dos pequeñas niñas tomadas de las manos del otro lado de la calle. Las niñas tarareaban una vieja canción de juegos y una sonrisa se dibujó en mi boca, eran preciosas, rubias, con dos moños en cada lado de su cabeza e idénticas, eran gemelas. Me llamó la atención el hecho de que estuvieran solas, así que me acerqué.
– ¿Qué hacen aquí tan solas, pequeñas? – Ambas se miraron y sonrieron con complicidad, no me pareció algo raro, solo eran niñas.
– Estamos esperando a mami, pero no llega. – Contestó una de ellas.
– Hmmm, ¿saben donde viven al menos? Yo puedo llevarlas y así no se quedan solas por aquí. –
– Yei, vamos. – Dijeron al mismo tiempo, me tomaron de las manos y caminamos juntas por la misma dirección de mi casa. En el camino, les di de los dulces que me había traído del local de mi prometido y un poco de jugo a cada una porque imaginé que tenían hambre, hablábamos de sus juguetes favoritos y las cosas de su colegio. Las personas nos miraban raro, pero no les di mucha importancia, 30 minutos después, nos encontrábamos a unas cuantas cuadras de mi casa y las miré extrañada, ellas solo tarareaban su canción.
– ¿Cuál es su casa? –
-Aquella. – Señaló la vieja casa de mi vecina y mi asombro creció aún más. Yo nunca las había visto allí, ni siquiera escuchaba sus risas o la canción que cantaban y eso era imposible.
Sin decir nada, llegamos hasta el frente de su casa y llamé, pero nadie salía. Las niñas reían y me tomaban las manos con fuerza. De la nada, otra de mis vecinas me llamó.
-¿Qué haces? Sabes que a esa señora no le gusta que… –
-Lo sé, pero dejó a sus niñas en la calle del colegio y las vine a traer. – Al terminar de decir eso, la mujer se puso pálida en seguida.
– ¿Niñas? ¿De qué hablas? –
– De estas… – pero ambas me soltaron las manos y salieron corriendo en cuanto su madre abrió la puerta de la casa. Corrí y grité detrás de ellas para alcanzarlas y lo hice justo a tiempo porque de la nada apareció un auto que pudo atropellarlas. – ¿PERO POR QUÉ HICIERON ESO? ¡PUDIERON MORIR! –
Ambas se rieron nuevamente y negaron con sus tiernas cabecitas.
– Ya morimos atropelladas antes, eso no volverá a ocurrir. ¿Verdad mami? – Miraron a la anciana y desaparecieron sin dejar rastro.
Mi cuerpo empezó a temblar, mis ojos se volvieron llorosos y escuchaba las risas y el canto de las niñas en mi cabeza. Desde entonces las veo en todos lados, ya no puedo salir de casa sin verlas en el mismo camino o en mi propia habitación repitiendo la misma oración.
– ¿Nos llevas con nuestra mami? –
Todas las personas tenemos miedo, eso forma parte de nuestra naturaleza. Algunos le temen a la oscuridad, otros a las alturas, incluso hay sujetos que le temen al amor o al futuro, pero lo cumbre de todo es que estos miedos pueden acabarse cuando se enfrentan, sin embargo, lo mio es algo más complicado y severo, no es como si pudiera despertar un día y dejar de sentir pánico, porque para despertar tengo que dormir y precisamente ese es mi temor.
Todo comenzó hace unos meses, no le daba importancia a cosas insignificantes como los sueños, pero llegó un punto en el que simplemente ya no podía más, no quería que llegara la noche porque estaba seguro de que me volvería loco. La primera vez que ese sujeto se presentó en mi cabeza yo estaba soñando que viajaba por todo New York con mi familia, pero me sentía perseguido, atacado de alguna extraña manera. Los primeros días lo tomé como una simple coincidencia, pero luego todo fue empeorando.
Cada vez que cerraba los ojos, veía a un hombre extraño de tez blanca, cabello corto, cejas muy pobladas y mirada penetrante. Nunca había visto a ese sujeto en mi vida, pero en mis sueños él era el protagonista de muchas desgracias. Durante el quinto mes de sueños, las crisis nocturnas se multiplicaron y mi madre tuvo que intervenir, me quería enviar a terapia.
– ¡Son solo sueños, Daniel! No puedes tener miedo todas las noches cuando vas a dormir. –
Ese era el mantra que repetía cada vez que despertaba, pero nunca funcionaba. Ya no era el chico alegre de la secundaria, ahora era otro. Estaba demasiado pálido, con grandes ojeras y había perdido mucho peso, solo dormía 20 minutos al día y una vez que lograba conciliar el sueño, no podía despertarme, era una parálisis general que me aturdía y perturbaba de tal manera que cuando lograba despertar, gritaba y lloraba como un niño pequeño.
Las discusiones en mi familia por mis episodios nocturnos incrementaron y el terapeuta simplemente no era de mucha ayuda. Las sesiones eran cada vez más largas y como último recurso se decidió que me remitieran con un psiquiatra que pudiera realizarme alguna sesión hipnótica y dar con el verdadero problema, el origen de mis miedos.
Un día antes de la primera sesión, ni siquiera pude darme cuenta cuándo me quedé dormido y por un momento llegué a pensar que este sería el primer sueño normal en meses. Caminaba solo por la ciudad, era un día soleado y hermoso y yo me veía como antes, sin ojeras, feliz. Decidí ir a una tienda de comida rápida porque mi estómago rugía como si se tratara de una criatura salvaje, el empleado me atendió con normalidad, pero cuando se giró para tomar mi tarjeta y cargar la cuenta, el terror invadió mi cara, era el sujeto y me miraba con ojos distorsionados, su sonrisa era tétrica y sus brazos fueron directo a mi cuello, apretando con mucha fuerza e impidiendo que respirara con normalidad.
No sé cómo pude safarme de su agarre, pero en cuanto logré hacerlo, corría y corría sin parar pero la velocidad disminuyó, todo era como en cámara lenta, pensé en pedir ayuda pero cada persona con la que tropezaba portaba su cara, era el sujeto. Sentí como si me jalaran desde atrás y no pudiera seguir corriendo, entonces el hombre apareció nuevamente, esta vez con una pistola y disparó. Todo se volvió negro por un momento y cuando todo había acabado, abrí mis ojos.
Estaba empapado de sudor y lágrimas con mi madre abrazándome fuertemente. Esto era suficiente, tenía que parar. Esperamos a que saliera el sol para ir con el psiquiatra y al llegar, me sorprendí por la cantidad de personas con igual o peor aspecto que yo esperando en aquella sala.
– Nombre por favor. – Dijo la recepcionista al verme llegar.
-Daniel Armando Romero. – Contestó mi madre. -18 años, crisis noc… –
-Si, crisis nocturnas, créame señora, no es el único con ese diagnóstico y ya hasta nosotros estamos preocupados por todo esto.
– ¿No era el único? – Ninguno dijo nada, pero la duda estaba latente.
– “Es el último, él vendrá, estamos muertos, el intruso vendrá” – era lo que escuchaba desde que ingresé en esa sala. Una chica se acercó a mí de la nada.
– ¿También ves al intruso, verdad? – me dijo con una mirada perdida y fría en el rostro que jamás me enfocó.
– ¿Qué? – Dije alterado y sorprendido.
– Él quiere matarnos uno a uno y lo ha logrado, nos ha reunido, será hoy, será hoy. – Decía rápidamente y con voz asustada, casi demente.
No comprendía lo que sucedía hasta que la puerta de entrada se abrió de par en par y allí estaba él, el sujeto de mis pesadillas, con ojos distorsionados y sonrisa psicópata.
No desperté, fue real.
A mi mamá le gustaban mucho las casas antiguas, decía que cada una de ellas tenía su encanto, así que cada cierto tiempo nos mudabamos. En menos de un año ya me habían cambiado de colegio al menos 3 veces, era una niña pero recordaba todo a la perfección. Recién nos estábamos mudando a una casa bastante bonita a pesar de su antigüedad. Era muy grande y espaciosa, con un amplio jardín delantero y ventanales que permitían que el sol ingrese a nuestro nuevo hogar. A mi hermanita menor le fascinaba la casa y eso era un buen indicio.
Siempre me costaba conciliar el sueño los primeros días de la mudanza, no era fácil acostumbrarse a otra habitación, pero trataba de hacerlo, mi madre estaba encantada con la casa y según ella, esta podría ser la definitiva, nuestro último camino y en el largo rumbo que habíamos recorrido. La diferencia entre las otras viviendas y esa, era que aquí se escuchaban muchos ruidos extraños y se veían sombras de vez en cuando, algo inquietante, pero lo relacionaba con la antigüedad de la construcción y no le prestaba mucha atención y si mi hermana se asustaba, iba hasta mi habitación y dormíamos juntas.
Al cabo de unas semanas, pude acostumbrarme a los ruidos de la casa y me dirigía a mi escuela con normalidad, había hecho muchos amigos, pero ninguno se atrevía a entrar a mi hogar, les daba miedo y al principio los entendía, después empezó a molestarme.
– Deberían ir a mi casa, mi mamá les dará una merienda deliciosa. –
– ¡NO! – Gritaron 3 de mis amigos. – Ahí aparecen personas muertas. –
– ¿Muertas, dices? ¡Eso es imposible! –
No hablamos más del tema, pero era algo que me inquietaba demasiado. Con el pasar de los días los ruidos iban aumentando y no era algo que solo yo sintiera, es que mi madre también los percibía e incluso llegó a pensar que alguien estaba viviendo en nuestro hogar a escondidas. Con la ayuda de los únicos 2 vecinos que se ofrecieron a investigar, revisaron toda la vieja casa hasta en el sótano, pero no encontraron nada que pudiera justificar el ruido en mi habitación y en la de mi hermana.
Una noche, mi mamá había llegado muy cansada de su trabajo y la brisa nocturna era demasiado fuerte, parecía que llovería en cualquier momento y decidimos abrigarnos hasta más no poder, pues el frío tentaba a calar nuestro huesos.
En determinada hora, hubo un corte de electricidad y todo quedó en penumbras, eso me dio mucho miedo, especialmente porque dormía sola y me daba demasiado terror levantarme para ir a la puerta contigua y dormir con mi mamá o buscar a mi hermana. Suspirando, me arropé totalmente y cerré los ojos, pero incluso con aquella sabana pude ver a alguien en mi habitación cuando un fuerte relámpago la iluminó.
Me levanté pensando que era mi hermana y aun estando en penumbras me movilizaba tocando la pared para estabilizarme.
– ¿Miriam? – Llamé a mi hermana, pero nadie contestó, en su lugar, la puerta se abrió y cerró rápidamente haciendo que me sobresaltara y un nuevo relámpago iluminó el lugar. Ella estaba sentada en mi cama con sus manos tapando su carita.
– Tengo miedo hermanita. – Dijo con voz ahogada.
– Lo sé, yo también, vamos a dormir. –
– Espera, ve debajo de la cama, sino no podré dormir. –
– Miriam, mejor lo dejamos para mañana y… –
– Hazlo, por favor. – Todavía tenía sus manos en la cara y resignada, hice lo que me pidió.
Me puse de cuclillas y fui a ver debajo de la cama, allí la vi a ella, llorando y tapando su boca. Yo estaba realmente confundida y cuando me iba a levantar, ella me hizo la señal de silencio y susurró algo que me dejó helada.
– “Esa de arriba no soy yo” –
Al levantarme, la persona que estaba en mi cama y que creí era mi hermana, se transformó en un niño totalmente horrible y espeluznante, me sonrió macabramente y se lanzó a mi cara, arañandola y diciendo cosas en un idioma que no podía entender.
Tanto mi hermana como yo gritabamos de terror y a los segundos escuchamos el grito de mi madre, ella también lo había visto. Salimos corriendo de aquel espantoso lugar y pasamos esa fatídica noche en la calle, bajo la lluvia y con mucho frío.
A la mañana siguiente volvimos, todo estaba intacto a excepción de los espejos de la casa, pues todos tenían un claro mensaje con sangre.
“FUERA, AHORA”
Nos fuimos de allí lo más pronto posible y no volvimos jamás, pero en mi nuevo colegio volví a ver a ese niño fantasma en un periódico viejo. Había muerto de manera extraña en esa casa. Vi su foto y escuché nuevamente esa voz en mi cabeza.
“FUERA”
Hay una historia muy aterradora que no todos creen, sin embargo, causa temor a todo el que la escucha, o la lee, como tu hoy. Se dice que hace muchos años, nacieron dos hermanas con poderes sobrenaturales, de esos con los que puedes invocar a un demonio y traer el caos al mundo. Sandra y Sabrina fueron inocentes en su infancia, pero Sabrina fue cambiando su personalidad con el pasar de los años, unos dicen que todo comenzó cuando no pudieron seguir ocultando su naturaleza, otros alegan que Sabrina podía ver algo que los demás no y eso la llevó a la locura.
Sandra tenía las mismas capacidades que su hermana mayor, pero a diferencia de esta, ella no quería hacer ningún tipo de mal, solo quería ayudar a su madre. Esta última estaba cansada de las mentiras de su hija mayor y que siempre tuviera que aterrorizar a sus compañeros de clases. La paciencia de esa joven madre llegó a su fin cuando el director del instituto en el que iban sus hijas la citó para decirle que Sabrina había herido a un alumno. El chico tenía una estrella de 5 puntas en su pecho dibujada con garras.
Sabrina no había tocado al niño, pero simulaba el dibujo en el aire y a medida que trazaba la estrella aparecía en la piel del chico, se escuchaban voces guturales y todo el lugar temblaba. El hombre estaba tan aterrado con lo que había visto que la echó del colegio sin derecho a réplicas. Sabrina se la pasaba todo el tiempo hablando en una lengua que solo su hermana menor conocía. Sandra sabía que su hermana estaba siendo manipulada por un ente maligno, pero no podía hacer mucho por ella.
-Puedo hacer que otros vean lo que nosotras vemos, solo necesito tu ayuda. -Habló Sabrina entre susurros, teniendo cuidado de que su madre no las escuchara.
-¿Estas loca? No quiero que los demás vean a esas cosas, mucho menos a .
De repente, ese ente apareció frente a ambas hermanas. No tenía una forma propiamente dicha, sólo podía verse su sombra y el humo que éste desprendía, además de percibir ese fétido olor que dañaba todo lo que estuviera cerca. Sandra podía verlo, pero no escucharlo, eso era algo que sólo Sabrina podía hacer. Esta última sonrió y le propuso un trato a su hermana.
-Has este ritual conmigo y no volveré a molestarte nunca más. -Sandra dudaba, pero Sabrina era demasiado insistente, sabía que, si no la ayudaba, no la dejaría en paz, así que aceptó.
Durante toda la noche estuvieron haciendo un oráculo extraño bajo las instrucciones de Ammón en el sótano.
-Bien, ya está todo listo. ¿Puedo irme ahora?- Dijo Sandra con un pequeño escalofrío recorriendo su espina dorsal. Tenía un mal presentimiento.
-No, aún falta una cosa… – Sabrina sacó de su bolsillo una daga de plata y sin mediar palabra la incrustó en el cuello de su hermana, cortándolo de lado a lado. -Necesitaba la sangre de un inocente para terminar mi ritual.
De la nada, toda la habitación empezó a temblar. Cada frasco de los estantes en ese sótano cayó al suelo. Se escuchaban voces susurrantes, risas, llantos y cánticos en otro idioma. El lugar donde se encontraba el oráculo quedó destruido, se había abierto un agujero muy profundo, pero se podían ver muchas llamas en él. Era el portal entre la tierra y el infierno.
Sabrina lanzó el cuerpo inerte de su hermana en ese agujero y, segundos después de eso, salió una criatura totalmente horrenda. Tenía al menos 2 metros de altura, su piel estaba quemada, pero se le podían ver algunas partes de carne, sus ojos eran tan rojos como la sangre, poseía cuernos pronunciados, una larga cola y colmillos muy afilados.
-Ahora podrán verte… Mammón.
Y la cosa sonrió de una manera terrorífica. Por cada respiración de ese demonio, un temblor sacudía la casa. Nadie supo nada de Sabrina, ella simplemente desapareció, dicen que se suicidó.
¿Cómo puedo creer en esta historia? Porque la madre de esas niñas ha estado recluida en un hospital psiquiátrico desde la muerte de Sandra y no para de repetir esa historia. ¿Lo peor? Ella no está sola. Esa criatura la acompaña día y noche, incitando a acabar con todo y con todos. Estar cerca de Mammón es estar cerca de la muerte.
-No debes estar aquí, él puede verte. -Dijo la pobre señora, con ojos desorbitados y respiración agitada.
-Yo también puedo verlo… Mamá.
Muchos dicen que las maldiciones no existen, que son solo cuentos para asustar a los niños, pero ¿Qué tal si en realidad las maldiciones son más reales de lo que pensamos? Los arqueólogos y egiptólogos creen en las maldiciones egipcias, entonces ¿Por qué no creer en esta maldición?
Mi vecindario podría tomarse como cualquier otro, tranquilo, sin niños problema, sin delincuencia… Pero no todo era perfecto, había un oscuro secreto que todos intentaban guardar, pero les era casi imposible: La casa maldita. Esa vivienda deteriorada y vieja que a más de uno le llamaba la atención, no era para menos, tiene pinta de que, en su momento, fue una de las mejores casas de la zona, bien cuidada y habitada por una gran familia, al menos hasta que la desgracia la allanó.
Se dice que algo o alguien irrumpió en aquella vieja vivienda, poseyó a todos los que allí vivían hasta que todos se mataron entre ellos. Nadie ha vivido ahí desde entonces, pero se escuchan ruidos extraños y hay sombras caminando por doquier. ¿Cómo lo sé? Las he visto desde la ventana de mi casa, es inevitable y no soy la única, todos los hacen, pero nadie habla de eso, nadie se atreve. Pero se sienten atraídos, hay una fuerza que nos incentiva a entrar… Y morir.
Mi amiga Beatriz y yo caminábamos como de costumbre por el vecindario, siempre estábamos aburridas y buscábamos la manera de animarnos mientras caminábamos o íbamos en busca de nuevos amigos, sin embargo, no encontramos nada, todo estaba desierto. En un momento dado tuvimos que pasar por aquella casa y Bea paró su andar de inmediato, giró su cabeza lentamente hacia la derecha y se quedó así por unos minutos. Extrañada, miré en la misma dirección que ella y me asusté muchísimo cuando me di cuenta de que estaba frente a la casa maldita.
-¡Vámonos!- La tomé del brazo, pero una fuerza extraña nos mantuvo a ambas en nuestros lugares. Mi amiga parecía poseída, pues su mirada estaba perdida, pero su rostro estaba adornado con una sonrisa inocente, una que poco a poco fue cambiando a una terrorífica.
-Entremos.- Dijo con voz mecánica y gutural. No podía soltarme de su agarre y cuando menos lo pensé, nos dirigimos a la casa, cada paso que daba marcaba la diferencia entre la vida y la muerte.
Intenté zafarme y no pude, era inútil y cuando pensaba en gritar, sentí como algo tomaba mi cuello con fuerza, ahogándome, dejándome sin respiración. Mis ojos fueron directo a la puerta que Beatriz estaba abriendo y noté como finos hilos de sangre brotaban del pomo, escuché una voz en mi mente, era gutural, seca y terrorífica.
-Muere, hazlo, termina con todo, danos todo, tu alma, tu corazón.
Cuando entramos, Beatriz me soltó y al mismo tiempo desapareció. Un terrible olor inundaba mis fosas nasales y la oscuridad del lugar incrementaba mi miedo. Un grito proveniente del ala izquierda hizo que me moviera enseguida, era Bea, gritando y riendo al mismo tiempo, como si dos personas estuvieran dentro de su cuerpo.
De la nada, Beatriz se alzó al menos 1 metro sobre el suelo, su cara estaba contraída en una mueca, como si estuvieran ahorcándola y cuando pensé en ayudarla, algo tomó mi pierna derecha, me derribó y se sentó encima.
Era un hombre sin ojos, labios cosidos, piel gris y largas uñas, mismas que enterró en mi pierna, haciendo que gritara de horror y dolor. Podía ver la sangre salir a borbotones de mi pierna, pero también había más en el techo.
La cosa desapareció al cabo de unos minutos, pero en su lugar, apareció Beatriz, esta vez con un cuchillo en su mano.
-¡Bea, NO! -Grité histérica, pero fue tarde, ella o lo que sea que estaba dentro de ella le cortó el cuello de lado a lado. A los pocos segundos me vi rodeada de un montón de personas que conocía. Eran todos los que se habían suicidado allí y cada uno me miraba de manera psicótica.
Beatriz se presentó frente a mí, esta vez con su cuello abierto y sangrando, ojos desorbitados y manos impregnadas en sangre. De la nada quise hacer lo mismo que ella, la casa me obligaba, la casa me lo decía, tenía que acabar con todo, conmigo. Mi alma salió de mi cuerpo y en ese momento pude ver algo terrible. Yo misma me había apuñalado en el estómago con el cuchillo que utilizó Bea.
Estaba poseída, mi sonrisa era larga y retorcida, mis ojos se convirtieron en dos bolas blancas y, cuando menos lo esperé, impacté el cuchillo en el ojo derecho 3 veces, luego 4 veces más en el otro.
He muerto por entrar a esa casa y ahora… Ahora es tu turno.