Case Studies

Pinocho -cuentos cortos

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Una noche, estaba el carpintero Gepetto tallando en su taller un muñeco de madera. Como siempre, se esforzó tanto en su trabajo que el resultado fue realmente extraordinario. No le faltaba detalle: sus piernas, sus brazos, su cuerpo y una simpática nariz putiaguda.

- Ya estás listo. Aunque debería ponerte un nombre… ¡Ya sé! Como estás hecho de pino te llamaré Pinocho. - dijo el viejo carpintero.

Lástima que sólo seas un muñeco y no puedas ser mi hijo, me encantaría que fueses un niño de verdad.

Pero mientras Gepetto dormía llegó a la casa una invitada: el Hada Azul. Ésta había oído el deseo del anciano y estaba allí para hacerlo realidad. Cogió su varita mágica y le dijo a Pinocho:

- Despierta Pinocho. Ahora puedes hablar y moverte como los demás. Pero tendrás que ser muy bueno si quieres convertirte en un niño de verdad - y tras decir esto el hada desapareció.

Pinocho comenzó a moverse por el taller y escondido tras unos juguetes descubrió a un grillo.

- Hola, ¿quien eres? Yo me llamo Pinocho. Puedes salir y jugar conmigo si quieres.

El grillo tuvo un poco de miedo, pero acabó saliendo. Se hicieron rápidamente amigos y empezaron a jugar y a reír. Armaron tal estruendo que despertaron a Gepetto.

Cuando vio que su sueño se había cumplido y Pinocho había cobrado vida lo abrazó con todas sus fuerzas y comenzó a reír.

- ¡Qué alegría Pinocho! Haré de tí un niño bueno y aplicado. Aunque para eso deberías ir a la escuela… Sí, ya se. Irás mañana mismo como todos los niños. Espérame aquí que voy a comprarte un libro.

El anciano salió de casa y regresó muy tarde. Incluso tuvo que vender su abrigo para comprar el libro al pequeño. Pero no le importó porque sólo deseaba lo mejor en el mundo para el que ahora era su hijo.

Al día siguiente Pinocho iba camino de la escuela cuando se cruzó con un chico al que todos llamaban Espárrago porque era muy delgado.

- ¿Vas a ir al colegio? ¡Pero si es aburridísimo! Vente conmigo a ver el teatro de marionetas. ¡Verás como allí si que te lo pasas bien!

Pinocho no lo dudó y le dijo que sí a su nuevo amigo.

- Pero Pinocho, ¿qué haces? - le dijo el grillo parlanchín, que escondido en el bolsillo de su chaqueta lo había oído todo - ¡Tu obligación es ir a la escuela! ¡Y es también el deseo de tu padre!

Pero Pinocho no hizo caso de los consejos de su amigo y fue con Espárrago al teatro.

La función tanto gustó a Pinocho que acabó subiéndose al escenario con el resto de las marionetas. La gente aplaudía y reía animádamente y Tragalumbre, el dueño del teatro, se percató enseguida de que Pinocho podría hacerle ganar mucho dinero.

- No puedo quedarme señor - contestó Pinocho a Tragalumbre - Mi padre…

Y antes de que pudiera acabar la frase lo cogió por el brazo, lo metió en una jaula y lo encerró con llave.

El pobre empezó a llorar, tanto que el Hada Azul lo oyó y acudió en su ayuda para liberarlo.

De vuelta a casa Pinocho encontró a Gepetto muy preocupado.

- ¿Dónde estabas Pinocho?
- En la escuela padre… Pero luego la maestra me pidió que fuera a hacer un recado…

Y en ese instante la nariz de Pinocho comenzó a crecer y a crecer sin que el pobre pudiera hacer nada.

- ¡Debes decir la verdad! Le reprendió su amigo el grillo parlanchín.

Pinocho confesó muy triste la verdad a su padre y le prometió no volver a mentir ni faltar tampoco a la escuela.

Al día siguiente cuando se dirigía a la escuela junto con su amigo el grillo cuando se encontró a Espárrago escondido en un callejón.

- ¿Qué haces aquí Espárrago?
- Esperar al carruaje que va al País de los juguetes. Es un lugar increíble, está lleno de golosinas y caramelos y no hay escuela ni nadie que te diga lo que tienes que hacer. ¡Hasta puedes pasarte el día entero jugando si quieres! ¿Por qué no vienes conmigo?

Pinocho aceptó rápidamente y de nuevo volvió a desobedecer a su padre y a olvidar sus promesas. Su amigo el grillo trató de advertírselo, pero Pinocho no hizo caso alguno.

- ¡No, Pinocho!. No es buena idea que vayas, créeme. Recuerda la promesa a tu padre.

En el País de los juegos todo era estupendo. Había atracciones por todos lados, los niños corrían y reían, podían comer algodón de azúcar y chocolate… a Pinocho no se le ocurría un lugar mejor en el que estar. Pinocho pasó así días y días hasta que un día pasó junto a un espejo y se dio un gran susto.

- ¡¡¿Pero qué es esto?!! - dijo tocándose la cabeza - ¡Me han salido orejas de burro!

Corrió a contárselo a Espárrago y no pudo encontrarlo por ninguna parte. ¡En su lugar había un burro! Estaba tan asustado que quiso pedir ayuda y todo lo que fue capaz de hacer fue rebuznar. Afortunadamente su fiel amigo el grillo parlanchín seguía siendo un grillo así que pudo indicar a Pinocho la forma de salir de aquel lugar lo antes posible.

Pinocho y el grillo caminaron durante días hasta llegar a casa y las orejas de burro terminaron por desaparecer. Pero cuando llegaron a casa de Gepetto la encontraron vacía.

- ¡No está! ¡Mi padre no está! - decía Pinocho entre lágrimas

Una paloma que pasaba por allí oyó a Pinocho.

- Perdona pero, ¿tu padre se llama Gepetto tal vez?
- Sí, si. ¿Cómo lo sabes?
- Porque lo he visto en el mar. Iba en una barca y una enorme ballena se lo ha tragado.
- ¿Una ballena? ¡Rápido grillo, tenemos que ir en su búsqueda! Gracias paloma.

Pinocho y el grillo llegaron a la playa y se subieron a una pequeña barca de madera. Anduvieron días a la deriva en el inmenso océano. De repente, les pareció divisar tierra a lo lejos, pero cuando estuvieron cerca se dieron cuenta de que no era tierra lo que veían sino la ballena que andaban buscando.

Dejaron que la ballena se los tragara y todo se quedó sumido en la más absoluta oscuridad. Pinocho comenzó a llamar a su padre a gritos pero nadie le contestaba. En el estómago de la ballena solo había silencio. Al cabo de un largo rato Pinocho vio una lucecita al fondo y le pareció escuchar una voz familiar.

- ¿Pinocho? ¿Eres tu, Pinocho?- gritaba la voz
- ¡Es mi padre! Papá aquí, soy yo. ¡Estoy aquí!

Por fin pudieron volver a abrazarse padre e hijo después de tanto tiempo. Estaban tan contentos que por un momento se olvidaron de que tenían que encontrar la forma de salir de allí.

- Ya sé - dijo Pinocho - haremos fuego quemando una de las barcas y así la ballena estornudará y podremos salir.

El plan dio resultado, la ballena dio un tremendo estornudo y Gepetto, Pinocho y el grillo parlanchín salieron volando. Estaban a punto de alcanzar la playa cuando Pinocho vio como a su viejo padre le faltaban las fuerzas para continuar.

- Agárrate a mi. Yo te llevaré

Pinocho lo llevó a su espalda pero él también empezaba a estar cada vez más y más cansado. Cuando llegaron a la orilla su cuerpo de madera se rindió y quedó tendido boca abajo en el agua.

- ¡Pinocho! ¡No, por favor! ¡No te vayas y me dejes aquí! - gritaba desconsolado Gepetto cogiendo a Pinocho entre sus brazos

En ese momento apareció el Hada Azul.

- Gepetto, no llores. Pinocho ha demostrado que aunque haya sido desobediente tiene buen corazón y te quiere mucho así que se merece convertirse un niño de verdad.

De modo que el hada movió su varita y los ojos de Pinocho se abrieron de nuevo. Se había convertido en un niño de verdad.

Pinocho, Gepetto y el grillo volvieron a casa y vivieron felices durante muchos muchos años.

El príncipe feliz -cuentos cortos

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Por encima de la ciudad entera, encima de un pedestal, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba hecha de finísimas hojas de oro, tenía por ojos dos deslumbrantes zafiros y un rubí rojo en el puño de su espada.

Tal era la belleza del Príncipe Feliz que todo el mundo lo admiraba.

- Es igual de hermoso que una veleta, dijo uno de los concejales.
- Tienes que ser como el Príncipe feliz hijo mío. El nunca llora - le dijo una madre a su hijo que lloraba porque quería la Luna.
- ¡Parece un ángel! - decían los parroquianos al salir de la catedral.

Una noche llegó a la ciudad una golondrina que iba camino de Egipto. Sus amigas habían partido hacia allí semanas antes, pero ella se había quedado atrás porque se había enamorado de un junco. Decidió quedarse con su enamorado pero al llegar el otoño sus amigas se marcharon y empezó a cansarse de su amor, así que había decidido poner rumbo a las Pirámides.

Su viaje la llevó hasta ese lugar y al ver la estatua del Príncipe Feliz pensó que era un buen lugar para posarse y pasar la noche.

Cuando ya tenía la cabeza bajo el ala y estaba a punto de dormirse una gran gota de agua cayó sobre ella.

- Qué raro, si ni siquiera hay nubes en el cielo… - pensó la golondrinita

Pero entonces cayó una segunda gota y una tercera. Levantó la vista hacia arriba y cuál fue su sorpresa cuando vio que no era agua lo que caía sino lágrimas, lágrimas del Príncipe Feliz.

- ¿Quién eres?
- Soy el Príncipe Feliz
- Ah. ¿Y entonces por qué lloras?
- Porque cuando estaba vivo vivía en el Palacio de la Despreocupación y allí no existía el dolor. Pasaba mis días bailando y jugando en el jardín y era muy feliz. Por eso todos me llamaban el Príncipe Feliz.
Había un gran muro alrededor del castillo y por eso nunca ví que había detrás, aunque la verdad es que tampoco me preocupaba. Pero ahora que estoy aquí colocado puedo verlo todo y veo la fealdad y la miseria de esta ciudad y por eso mi corazón de plomo sólo puede llorar.

La golondrinita escuchaba atónita las palabras del Príncipe.

- Mira, allí en aquella callejuela hay una casa en la que vive una pobre costurera - dijo el príncipe - Está muy delgada y sus manos están ásperas y llenas de pinchazos de coser. A su lado hay un niño, su hijo, que está muy enfermo y por eso llora.
Golondrinita, ¿podrías llevarle el rubí del puño de mi espada? Yo no puedo moverme de este pedestal.
- Lo siento pero tengo que irme a Egipto. Mis amigas están allí y debo ir yo también.
- Por favor golondrinita, quédate una noche conmigo y sé mi mensajera.

Aunque a la golondrina no le gustaban los niños, el príncipe le daba tanta pena que al final accedió. De modo que arrancó el gran rubí que tenía el Príncipe Feliz en la espalda y lo dejó junto al dedal de la mujer.

Al día siguiente la golondrina le dijo al príncipe:

- Me voy a Egipto esta misma noche. Mis amigas me esperan allí y mañana volarán hasta la segunda catarata.
- Pero golondrinita, allí en aquella buhardilla vive un joven que intenta acabar una comedia pero el pobre no puede seguir escribiendo del frío y hambre que tiene.
Haz una cosa, coge uno de mis ojos hechos de zafiros y llévaselo. Podrá venderlo para comprar comida y leña.
- Pero no puedo hacer eso…
- Hazlo por favor.

La golondrina aceptó los deseos del príncipe y le llevó al muchacho el zafiro, quien se alegró muchísimo al verlo.

Al día siguiente la golondrina fue a despedirse del príncipe.

- Pero golondrinita, ¿no te puedes quedar una sola noche más conmigo?
- Es invierno y pronto llegará la nieve, no puedo quedarme aquí. En Egipto el sol calienta fuerte y mis compañeras están construyendo sus nidos en el templo de Baalbec.
Lo siento, pero tengo que marcharme querido p?incipe, volveré a verte y te traeré piedras preciosas para que sustituyas las que ya no tienes. Te lo prometo.
- Pero allí en la plaza hay una joven vendedora de cerillas a la que se le han caído todas sus cerillas al suelo y ya no sirven. La pobre va descalza y está llorando. Necesito que cojas mi otro ojo y se lo lleves por favor.
- Pero príncipe, si hago eso te quedarás ciego.
- No importa, haz lo que te pido por favor.

Así que la golondrina cogió su otro ojo y lo dejó en la palma de la mano de la niña, que se marchó hacia su casa muy contenta dando saltos de alegría.

La golondrina volvió junto al príncipe y le dijo que no se iría a Egipto porque ahora que estaba ciego él le necesitaba a su lado.

- No golondrinita, debes ir a Egipto.
- ¡No! Me quedaré contigo para siempre, contestó la golondrina y se quedó dormida junto a él.

El príncipe le pidió a la golondrina que le contara todo lo que veía en la ciudad, incluida la miseria, y ésta un día le contó que había visto a varios niños intentando calentarse bajo un puente pasando hambre.

El príncipe le pidió entonces a la golondrina que arrancase su recubrimiento de hojas de oro y que se lo llevara a los más pobres. La golondrina hizo caso, los niños rieron felices cuando tuvieron en sus manos las hojas de oro y el Príncipe Feliz se quedó opaco y gris.

Llegó el frío invierno y la pobre golondrina, aunque intentaba sobrevivir para no dejar solo al Príncipe, estaba ya muy débil y sabía que no viviría mucho más tiempo.

Se acercó al príncipe para despedirse de él y cuando le dio un beso sonó un crujido dentro de la estatua, como si el corazón de plomo del Príncipe Feliz se hubiese partido en dos.

Al día siguiente el alcalde y los concejales pasaron junto a la estatua y la observaron con asombro.

- ¡Qué andrajoso está el Príncipe Feliz! ¡Parece un pordiosero! ¡Si hasta tiene un pájaro muerto a sus pies! - dijo el alcalde

De modo que quitaron la estatua y decidieron fundirla para hacer una estatua del alcalde.

Estando en la fundición alguien reparó en que el corazón de plomo del príncipe se resistía a fundirse. Por lo que cogieron y lo tiraron al basurero, pero allí tuvo la fortuna de encontrarse con la golondrina muerta.

Dios le dijo a uno de sus ángeles que le trajera las dos cosas más preciosas que encontrara en esa ciudad y curiosamente el ángel optó por el corazón de plomo y el pájaro muerto.

- Has hecho bien - dijo Dios - El pájaro cantará para siempre en mi jardín del Paraíso y esta estatua permanecerá en mi ciudad de oro.

Pulgarcito - cuentos cortos

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Había una vez unos leñadores muy pobres que tenían siete hijos, todos ellos varones. El más joven de todos, que era también el más astuto, nació muy pequeño, del tamaño de un pulgar, y por eso todos le llamaban Pulgarcito.

Una noche Pulgarcito oyó hablar a sus padres de la difícil situación en la que se encontraban ya que apenas ganaban lo suficiente para alimentar a sus siete hijos. Pulgarcito se entristeció mucho al oír a sus padres, pero rápidamente se puso a darle vueltas a la cabeza para encontrar una solución.

A la mañana siguiente, reunió a sus hermanos en el pajar y les contó lo que había oído.

- No os preocupéis, yo os diré lo que haremos.
- ¿Ah sí? ¿El qué? - dijo el mayor, que era un poco incrédulo
- El próximo día que vayamos al bosque a recoger leña con madre y padre nos esconderemos y cuando se harten de buscarnos y vuelvan a casa saldremos y emprenderemos un viaje en busca de riquezas y oro.
- Pero, ¿y si nos perdemos en el bosque? De noche está muy oscuro… - dijo el más miedoso
- No te preocupes. Iré dejando caer miguitas de pan a lo largo del camino así, cuando queramos volver a casa sólo tendremos que seguirlas.

La idea convenció a los siete y prometieron guardar el secreto.

Esa misma tarde los padres les dijeron que necesitaban que les ayudaran a recoger ramas en el bosque. De modo que siguieron el plan establecido y cuando sus padres se cansaron de buscarlos y se fueron a casa, creyendo que habían vuelto allí, salieron de sus escondrijos.

Pero la noche cayó antes de lo esperado y se levantó una tormenta tremenda. Algunos empezaron a impacientarse y decidieron que lo mejor era volver a casa. Pero… ¡qué sorpresa tan desagradable cuando Pulgarcito miró al suelo! Las migas no estaban. Sólo había un par por detrás de él y del resto nada. Se las habían tenido que comer los pájaros, no había otra explicación.

Rápidamente Pulgarcito se subió a un árbol para tratar de divisar algún lugar al que dirigirse y logró distinguir una luz.

- ¡Veo una casa! ¡Iremos por allí!

Así que los niños continuaron andando durante horas hasta que lograron llegar a aquella casa. Estaban empapados y muertos de hambre. Una mujer les abrió la puerta.

- Buena mujer, somos siete niños que se han perdido y no tenemos adónde ir. ¿Podría dejarnos pasar?
- Pero, ¿no sabéis quién vive aquí?

Los niños negaron con la cabeza y la mujer les explicó que esa era la casa del ogro, su marido, y si los veía no se lo pensaría dos veces y los echaría a la cazuela. Pero los niños estaban tan exhaustos que no les importó y pidieron a la mujer que por favor les dejara pasar. Al final accedió, les dio de cenar y los escondió bajo la cama.

En cuanto llegó el ogro a casa comenzó a gritar.

- ¡¡Huelo a carne fresca!!

Los niños estaban temblando bajo la cama rezando porque no mirase allí, pero el malvado ogro los encontró. Quiso comérselos en ese mismo instante pero su mujer logró convencerle de que lo dejara para el día siguiente ya que no había ninguna prisa y tenían comida de sobra.

Se acostaron a dormir en la misma habitación en la que dormían las siete hijas de los ogros y Pulgarcito observó que cada una de las niñas llevaba una corona de oro en la cabeza.
Cuando todo el mundo dormía Pulgarcito tuvo una de sus ideas. No se fiaba de que el ogro cambiara de opinión y se los quisiera comer en mitad de la noche, así que por si acaso, les quitó a las niñas las coronas y las puso en las cabezas de sus hermanos y en la suya.

Efectivamente Pulgarcito tuvo razón, y en mitad de la noche el ogro entró en la habitación.

- A ver a quien tenemos por aquí… ¡Uy no, estas no! ¡Estas son mis hijas!

Así que gracias a la corona el ogro se comió a sus hijas creyendo que eran Pulgarcito y sus hermanos.

En cuanto salió de la habitación y lo oyó roncar, Pulgarcito despertó a sus hermanos y se marcharon de allí corriendo.

A la mañana siguiente el ogro se dio cuenta del engaño y se puso sus botas de siete leguas para encontrarlos. Estuvo a punto de cogerlos, pero los niños lo oyeron llegar y se escondieron bajo una piedra. El ogro, acabó agotado de tanto correr en su búsqueda así que se sentó en el suelo y se quedó dormido. Salieron de su escondite y Pulgarcito ordenó a sus hermanos que volvieran a casa.

- No os preocupéis por mí. Me las apañaré para volver.

Con mucho cuidado Pulgarcito le quitó las botas de siete leguas al ogro, se las calzó, y como eran unas botas mágicas que se adaptaban al pie de quien las llevara puestas, le quedaron perfectas. Con ellas se fue directo a casa del ogro.

- Señora, vengo de parte del ogro. Me ha dejado las botas de siete leguas para que viniese lo antes posible y os pidiese auxilio. Unos ladrones lo han atrapado y dicen que lo matarán inmediatamente si no les dais todo el oro y plata que tengáis.

La mujer se lo creyó todo y entregó a Pulgarcito todo el oro y plata que tenían. Cargado de riquezas volvió a casa y sus padres y hermanos lo recibieron con los brazos abiertos. Desde entonces ya nunca más volvieron a pasar necesidad.

Aunque hay quien dice que la historia no acabó en realidad así, y afirman que Pulgarcito una vez tuvo las botas del ogro fue a hablar con el Rey. Pulgarcito había oído que el Rey estaba preocupado por su ejército, ya que se encontraba a muchas leguas de palacio y no había recibido ninguna noticia suya. Así que le propuso convertirse en su mensajero y llevarle tantos mensajes como necesitara. El Rey aceptó y Pulgarcito estuvo desempeñando durante un tiempo este oficio, tiempo en el que amasó una buena fortuna. Cuando hubo reunido suficiente volvió a casa de sus padres y todos juntos fueron muy felices.

El valiente soldadito de plomo - cuentos cortos

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Érase una vez veinticinco soldaditos de plomo. Todos iguales, con su uniforme impecable, la vista al frente y su fusil al hombro. Todos menos uno, al que le faltaba una pierna porque fue el último en fundir y ya no quedaba plomo suficiente. Pero precisamente porque era distinto, era el que más llamaba la atención de todos.

Un día los soldaditos fueron regalados a un niño y llegaron a una casa llena de juguetes. De todos ellos, el castillo de papel fue el que más le gustó al soldadito de plomo. ¡Era tan bonito y grande! y además en su puerta tenía una elegante bailarina.

- ¡Qué guapa es! ¡Podría ser mi esposa y entonces viviríamos juntos en su castillo!, pensó el soldadito.

Cuando llegó la noche y todos en la casa se fueron a dormir, los juguetes se despertaron. El soldadito observaba escondido detrás de una caja de tabaco al resto de los juguetes, y en especial a su bailarina, cuando de repente sonaron las doce y se abrió de golpe la caja de tabaco. De ella salió un trol negro.

- ¿Qué miras soldadito de plomo? ¡Mira a otro lado!
El soldadito se echó a reír y el trol enfadado le contestó.
- ¿Ah no? ¡Pues ya verás!

Al día siguiente el niño colocó al soldadito en la ventana y de repente vino una corriente de aire - no se sabe si por culpa del trol o por qué- y lanzó al soldadito hasta la calle. Rápidamente el niño bajó a buscarlo pero aunque el soldadito estaba ahí mismo, no lo vió.

El soldadito se quedó sólo y por si fuera poco empezó a llover. Unos niños lo encontraron y no se les ocurrió otra cosa que hacer un barco de papel y meterlo dentro para que navegara por las calles. Pero no fue en absoluto divertido. El barco se movía cada vez más y el pobre soldadito empezó a estar mareado, pero como era un soldado valiente continuó con la vista al frente sujetando con fuerza su fusil. Llegó a un desagüe donde la corriente era más y más fuerte y en esos momentos de angustia el soldadito sólo podía pensar en ver a su bailarina. Continuó en el barquito, pero hubo un momento en el que éste no pudo aguantar más, acabó deshaciéndose y el soldadito se hundió con él…. hasta que por ahí apareció un pez y engullió al soldadito.

Abrió los ojos y no vio nada. Permaneció en la oscuridad, casi sin poder moverse hasta que se abrió la boca del pez y apareció una muchacha al otro lado. Lo miró con curiosidad, lo cogió con cuidado y lo dejó encima de una mesa. Pero un momento, aquel lugar resultaba familiar para el soldadito… ¡claro! Estaba en la misma casa en la que se encontraba justo antes de caerse de la ventana y sí, la bailarina seguía allí erguida sobre una pierna con elegancia.

Pero sin saber porqué el niño lo cogió y lo lanzó a la chimenea. El pobre soldadito empezó a consumirse poco a poco sin poder hacer nada por salvarse. En medio del tormento miró a la bailarina y ella lo miró a él. Entonces surgió otra ráfaga de viento y la bailarina voló hasta la chimenea junto a él y ambos desaparecieron juntos entre las llamas.
Al día siguiente, nada quedaba de los dos salvo una pequeña bolita de plomo, que curiosamente, tenía forma de corazón.

Alicia en el país de las maravillas - cuentos cortos

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Una tarde calurosa de verano estaba Alicia en el río junto a su hermana. Trataba de matar el aburrimiento como podía cuando de repente pasó por allí un conejo que llevaba puesto un chaleco.

- ¡Voy a llegar tarde! - decía el animal mirando su reloj

Alicia lo siguió hasta una madriguera, entró tras él y cayó por un largo pozo hasta que de repente apareció en una sala que tenía muchas puertas, y en el centro mesita de vidrio que contenía una llave dorada. Probó a abrir con ella todas las puertas hasta que encontró la que abría. Al otro lado había un jardín precioso pero la puerta era demasiado pequeña para ella. Miró hacia la mesa y vio una botellita con una etiqueta que decía: “bébeme”.

Bebió un poco que se hizo tan pequeña que pudo pasar por la puerta hasta el jardín. Pero entonces se dio cuenta de que se había dejado la llave encima de la mesa y ahora no llegaba hasta ella. Hasta que descubrió que debajo de la mesa había una cajita con un pastel en el la que ponía “Cómeme”. Alicia hizo caso y empezó a crecer y crecer hasta que llegó casi a los tres metros de altura y se golpeó con el techo de la habitación en la cabeza. Pero claro, ahora no podía volver al jardín y eso hizo que se pusiera a llorar.

Al cabo de un rato apareció por allí el conejo blanco con un par de guantes blancos en una mano y un gran abanico en la otra.

- ¡La duquesa se enfadará si la hago esperar! - decía
- ¡Señor conejo! Espere un momento por favor - gritó Alicia

Pero el conejo salió corriendo a toda velocidad. Tanto, que se le cayeron los guantes blancos y el abanico. Como hacía mucho calor en aquel lugar, Alicia cogió el abanico del conejo y comenzó a abanicarse con él. Como se dio cuenta de que volvía a hacerse pequeña otra vez, lo soltó rápidamente antes de que fuese demasiado tarde.

Intentó de nuevo coger la llave de la mesa, resbaló y de repente apareció metida en agua salada hasta la barbilla. Pero no era agua salada. ¡Era el estanque de lágrimas que había producido antes al echarse a llorar!

Pronto el estanque se llenó de toda clase de animales: un dodo, un ratón, pájaros, un pato… todos empezaron a nadar juntos y lograron llegar hasta la orilla del estanque. Como todos estaban muy mojados y querían secarse, el dodo propuso un divertido juego: todos correrían en círculo a su antojo y se detendrían en el momento en que quisieran. Alicia pensó que era un juego un poco extraño, pero como todos ganaron le pareció divertido.

Entonces pasó por allí de nuevo el conejo. Estaba muy nervioso y miraba a todos lados buscando algo.

- ¡Tengo que encontrarlos! Tengo que encontrarlos como sea o sino la duquesa…

Alicia, que oyó al conejo, supo enseguida que lo que andaba buscando eran sus guantes blancos y su abanico.

- ¡Mary Ann ve a casa ahora mismo y tráeme un par de guantes y un abanico!

Alicia pensó que le estaba confundiendo con su doncella, pero como quería ayudarle le obedeció.
En la casa encontró una mesa sobre la que había un abanico y dos o tres pares de diminutos guantes blancos. Al lado una botellita de cristal sin etiqueta alguna. Decidió probarla y de repente, creció tanto que quedó encajada dentro de la casa y ya no pudo salir.

El conejo y otros animales trataron de sacarla y hasta pensaron en quemar la casa y finalmente sucedió que cayó una granizada de piedrecillas. Por supuesto, no eran piedras comunes y Alicia se dio cuenta de que se convertían en pastas de té cuando caían al suelo. Comió una y…. ¿qué creéis que pasó? Que Alicia volvió a hacerse pequeña y salió corriendo de la casa.

Se adentró por el bosque y decidió que primero debía hacer era recuperar su tamaño, y lo segundo, regresar al precioso jardín.

Al cabo de un rato se encontró con una oruga que desde lo alto de una seta, fumaba en un narguile.

- ¿Quién eres? - preguntó la oruga
- Creo que ya no lo sé. He cambiado tantas veces de tamaño que me siento un poco confundida - dijo Alicia
¿De qué tamaño quieres ser?
- Me gustaría ser un poco más grande...
- Un lado de te hará más grande y el otro más pequeña - contestó la oruga mientras se bajaba de la seta y se alejaba entre la hierba

Alicia permaneció unos instantes tratando de entender lo que había dicho la oruga hasta que por fin lo consiguió. Arrancó un pedazo del lado derecho de la seta y lo mordió. Se hizo tan pequeña que su barbilla se golpeaba con los pies, así que mordió un trozo del lado izquierdo de la seta. Pero su cuello empezó a crecer tanto que sus manos no le llegaban a la cabeza y un pájaro la confundió con una serpiente. Volvió a comer de uno y otro lado hasta consiguió recuperar su tamaño habitual.

Llegó a un claro en el bosque en el que había una casa de un metro de altura. Comió otro pedazo de la seta para hacerse más pequeña y entró dentro. En la cocina de la casa había una cocinera que estaba preparando una sopa que olía muchísimo a pimienta, junto a ella había un gato que no paraba de sonreír y en el centro estaba la duquesa sentada en un taburete arrullando a un bebé. Sin duda, era un lugar muy curioso.

- Disculpe, ¿podría decirme por qué el gato sonríe de oreja a oreja? - preguntó Alicia
- Porque es un gato de Cheshire - dijo la duquesa - Por cierto, tengo que irme a jugar al croquet con la reina. Toma, puedes arrullarlo tú si quieres - dijo la duquesa lanzándole el bebé a Alicia.

Alicia se adentró de nuevo en el bosque con el bebé, que por otro lado, no se parecía en nada a un niño. Cuando lo apoyó en el suelo éste se convirtió en cerdo y se marchó trotando felizmente.

Alicia empezaba a estar realmente perdida cuando se encontró con el gato de Cheshire.
- Gatito de Cheshire, ¿podrías decirme qué dirección debo tomar?
- Depende de dónde quieras ir… Si continúas por allí te encontrarás con el Sombrerero y si lo haces por allí con la Liebre de marzo. Pero no importa, porque los dos están igual de locos.

Alicia decidió visitar a la Liebre de marzo, ya que ya había conocido antes a otros sombrereros.

En el jardín de la casa de la Liebre estaban ella y el Sombrerero tomando el té. Alicia decidió sentarse junto a ellos, aunque parece que eso no les gustó demasiado.

- ¿En qué se parece un cuervo a un escritorio? - preguntó el Sombrerero a Alicia abriendo mucho los ojos

Tras unos instantes pensando, Alicia acabó contestando:

- Me rindo, no lo sé
- Yo tampoco. No tengo la más remota idea - dijo el Sombrerero - Por cierto, son las seis. Aquí son siempre las seis. Así que es la hora del té.

Alicia no entendía muy bien las cosas de las que hablaban la Liebre y el Sombrerero así que decidió marcharse.

Volvió a adentrarse en el bosque cuando se encontró con un árbol con una puerta. Entró y volvió a lla sala con la mesa de cristal. Pero esta vez Alicia lo consiguió: cogió la llave dorada y abrió la puerta que daba al jardín, mordió un trozo de seta hasta que midió unos 30 centímetros de altura y se adentró por el pasillo hasta llegar al hermoso jardín.

En ese momento, sonó un gran ruido y comenzaron a llegar soldados, cortesanos e infantes, todos ellos vestidos como la baraja de cartas. Al final de todo este séquito apareció el conejo blanco y el Rey y la Reina de corazones.

- ¿Quién es esta? - preguntó la Reina señalando a Alicia
- Soy Alicia, su majestad.
- ¿Sabéis jugar al croquet?
- Sí - contestó Alicia
- ¡Entonces, ven!

La pequeña no había visto nunca jugar al croquet de esa manera. El campo estaba lleno de agujeros; las bolas eran erizos; los mazos, flamencos; y los soldados permanecían doblados formando los aros. Además todos jugaban a la vez discutiendo todo el rato y cada vez que la Reina se enfadaba gritaba “¡Que le corten la cabeza!”

Cuando ya no quedaron jugadores, porque todos habían sido condenados a muerte por la reina, se acabó la partida de croquet.

Alicia continuó sus aventuras en el País de las Maravillas, conoció a la Falsa Tortuga y también al Grifo, un animal fantástico mitad águila, mitad león.

Hasta que un día el país entero se paralizó porque empezó el juicio.

El conejo blanco hizo sonar tres veces la trompeta y expuso en voz alta:

- La Reina de Corazones preparó unas tartaletas en un día de verano y la Jota de Corazones le robó las tartaletas y se las llevó a otro lado.

Se armó un gran revuelo en la sala y empezaron a declarar los testigos. El primero en hacerlo fue el Sombrerero, tras él lo hizo la cocinera de la Duquesa y cuál fue la sorpresa de la pequeña Alicia cuando escuchó su nombre como próximo testigo que debía declarar. Al levantarse había crecido tanto que volcó un banco de la sala, y con él, todos los animales que estaban en él sentados.

La muchacha dijo no saber nada del asunto de las tartaletas. El juicio continuó y cuando el acusado de robar las tartaletas, la Jota, estaba a punto de ser condenado Alicia intervino en su ayuda.

- ¡¡Que le corten la cabeza!! - gritó la Reina con todas sus fuerzas señalando a Alicia

Entonces toda la baraja se elevó por el aire y cayó sobre Alicia asustándola.

- ¡Alicia, despierta! Llevas durmiendo un buen rato - dijo su hermana
- ¿Eh? Ah sí… Si supieras todas las cosas que he soñado…

Y la pequeña comenzó a contar a su hermana tal y como las recordaba todas aquellas extrañas historias que había vivido en el País de las maravillas.

Al cabo de un rato Alicia se levantó y salió corriendo y su hermana se quedó dormida pensando en la pequeña Alicia y en sus aventuras hasta que ella también empezó a soñar. En su sueño vio al Conejo Blanco, al Ratón cruzando el estanque, a la Liebre de marzo tomando el té, y la Reina de Corazones condenando a muerte a sus invitados...

Tras esto pensó en su hermana. En cómo en un tiempo se haría mayor pero pese a eso seguro que contaría historias maravillosas a otros niños recordando con ellas sus felices días de infancia.

Peter Pan - cuentos cortos

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Hace tiempo, allá por 1880, vivía en la ciudad de Londres la familia Darling. Estaba formada por el señor y la señora Darling y sus hijos: Wendy, Michael y John. Sin olvidarnos de Nana, por supuesto, el perro niñera.

Vivían felices y tranquilos hasta que Peter Pan llegó a sus vidas. Todo comenzó la noche en que Nana tenía el día libre y la señora Darling se quedó a cargo de sus hijos. Cuando todos, incluida ella, estuvieron dormidos el muchacho entró por la ventana. Pero entonces ella se despertó y se asustó tanto al verle que lanzó un fuerte grito. Entonces apareció Nana, que cerró la ventana para evitar que saliera y acabó atrapando su sombra. Y así fue como la sombra de Peter Pan acabó en un cajón de la casa de los Darling.

Una noche el señor y la señora Darling salieron a cenar a casa de los vecinos del número 27. Los niños se quedaron en casa al cuidado de Nana y no tardaron en quedarse todos dormidos.
Pero cuando la casa estaba en silencio, entró una diminuta hada revoloteando a gran velocidad y tras ella, Peter Pan, dispuesto a recuperar su sombra. La encontró en el cajón en el que la había guardado Nana pero se entristeció mucho cuando comprobó que la sombra no le seguía. Probó a pegársela con jabón pero no dio resultado y desesperado se sentó en el suelo a llorar.

- ¿Quién está llorando? - preguntó Wendy, a quien despertaron los sollozos.
- Soy yo - contestó Peter
- ¿Cómo te llamas? - preguntó la niña, aunque ella estaba casi segura de saber quien era
- Peter Pan
- ¿Y qué te pasa Peter?
- Que no consigo que mi sombra se me quede pegada
- Tranquilo. Creo que podré cosértela

Wendy ayudó a Peter y mientras los dos niños comenzaron a hacerse amigos.

- Yo vivo en el País de Nunca Jamás. Es maravilloso, allí eres siempre un niño y no tienes que obedecer a nadie. Conmigo viven los Niños perdidos, ya sabes, los niños que caen de los carritos cuando la niñera mira a otro lado. Además hay piratas, hadas, indios y toda clase de seres.

Peter decía que era muy feliz allí aunque reconoció que a él y a los Niños perdidos les gustaría que hubiese alguien que les contara cuentos como hacía ella con sus hermanos. Peter le propuso ir con él al País de Nunca Jamás y a Wendy le pareció de inmediato una idea maravillosa.

- Pero, ¿y mis hermanos? ¿pueden venir ellos también?
- Si tu quieres, ¡claro!
- ¡Estupendo!

Wendy despertó a Michael y John y Peter para iniciar su viaje. Pero antes de partir Peter les explicó que debían aprender a volar. Les echó un poco de polvo de hada por encima y enseguida los tres niños comenzaron a elevarse por el aire. A todos les pareció muy divertido y comenzaron a dar vueltas y más vueltas por la casa. Armaron tal revuelo que acabaron despertando a Nana.

Peter la oyó venir así que pudieron volver a sus camas rápidamente como si no hubiese pasado nada. Así, cuando la niñera entró en la habitación creyó que los tres dormían plácidamente.

Pero Nana estaba intranquila y estaba casi segura de que algo raro estaba ocurriendo en el cuarto de los niños, de modo que corrió a avisar a los señores Darling. Pero cuando volvieron, los niños ya no estaban. Los tres habían partido rumbo a Nunca Jamás nerviosos e ilusionados por vivir aquella fantástica aventura.

Volaron durante días atravesando océanos pero al final llegaron al país de Nunca Jamas.

Al primero que vieron desde el aire fue al temible capitán Garfio, el peor enemigo de Peter Pan. En una lucha hacía tiempo Peter había logrado arrebatarle la mano derecha y por eso el pirata llevaba en su lugar ahora un garfio. Pero lo manejaba perfectamente y eso, unido a sus ganas de venganza, lo hacían muy peligroso. Aunque había algo a lo que el capitán Garfio tenía miedo: el cocodrilo. Una vez estuvo a punto de comérselo y por eso ahora no quería otra cosa que no fuese él. Menos mal que el capitán le arrojó un reloj y por eso ahora hacía tic-tac cada vez que se acercaba.

Llegaron hasta el lugar donde estaban los Niños perdidos. Pero Campanilla, que estaba muy celosa de Wendy porque estaba todo el tiempo junto a Peter, se adelantó para tramar algo.

- Peter dice que ataqueis a Wendy - le dijo a los Niños perdidos.
- ¡De acuerdo! - contestaron todos al unísono corriendo a por sus arcos y flechas

Así que los niños comenzaron a disparar sus arcos y flechas hacia Wendy y sus hermanos. Pero afortunadamente no les pasó nada.

En cuanto llegó Peter detrás de todos les echó una gran bronca.

- ¿Pero qué hacéis? ¡Encima que os traigo a una madre para que os cuente cuentos la recibís así!

Los Niños perdidos, que iban vestidos con las pieles de los osos que cazaban, se disculparon y Peter les presentó a Wendy y a los demás.

- Estos son Tootles, Slightly, Nibs, Curly y los gemelos
- Hola - contestó la muchacha - Estos son mis hermanos Michael y John y yo soy Wendy.

Wendy y sus hermanos decidieron quedarse allí y junto con los Niños perdidos y Peter formaron una gran familia que vivía feliz en su guarida subterránea.

Un día estaban los niños jugando en la laguna de las sirenas, concretamente en la Roca de los Desamparados, cuando sucedió algo extraño. De repente el Sol desapareció por completo, se hizo de noche y entre las sombras apareció un bote con dos de los piratas de Garfio, Smee y Starkey, que llevaban como prisionera a la princesa india Tigridia. Peter, Wendy y los demás se escondieron y vieron como arrojaban a Tigridia sobre la Roca de los Desamparados. Entonces a Peter se le ocurrió una idea.

- ¡Soltadla! - dijo a los piratas imitando la voz del capitán Garfio
- ¿Capitán? - dijeron los dos piratas mirando a todos los lados
- ¡Ya me habéis oído! ¡Hacedlo!

Así que los piratas cortaron las cuerdas que apresaban a la princesa. Entonces apareció por la laguna el capitán Garfio a bordo de su barco. Iba para contarles que sabía que los Niños perdidos habían encontrado una madre y de ninguna manera podían permitirlo.

- Los raptaremos, los obligaremos a lanzarse por la borda y Wendy se convertirá en nuestra madre.
- ¡Sí! ¡Es una idea estupenda capitán!, contestaron Smee y Starkey

Wendy se quedó pálida al oír aquello y Peter, que no aguantó más callado, de nuevo imitó la voz de Garfio. Pero esta vez el pirata fue más listo que en otras ocasiones y supo que se trataba de Peter Pan. Lo encontró y luchó contra él hasta que logró herirlo con su garfio, mientras los niños escapaban en el bote. Wendy se salvó gracias a la ayuda de las sirenas y a la cometa que Michael había perdido unos días antes y que apareció por allí, mientras que Peter logró sobrevivir gracias a la ayuda de la pájara de Nunca Jamás.

Aquella aventura hizo que Peter se hiciera muy amigo de los indios pieles rojas, pues le estaban agradecidos por haber salvado a la princesa Tigridia y prometieron defenderlo con sus arcos y flechas del ataque de los piratas.

Una noche estaba Wendy contando a los niños su cuento de antes de ir a dormir cuando habló de las madres, de lo buenas y atentas que son con sus hijos. Peter no estuvo de acuerdo con las ideas de Wendy y discutió con ella y al mismo tiempo los hermanos de la muchacha empezaron a sentir nostalgia por lo que entre todos decidieron que había llegado el momento de volver a casa.

- Nos iremos esta misma noche - contestó tajante Wendy

Los Niños perdidos se sintieron muy tristes al oír esto y decidieron que se irían con ella. No así Peter, que de ninguna manera quería abandonar el país de Nunca Jamás. Al menos se preocupó porque Campanilla y los pieles rojas acompañaran a los niños por el bosque en su camino de vuelta a Inglaterra.

Pero en su camino de vuelta surgieron nuevas complicaciones. Los piratas estaban al corriente de que iban a pasar por allí y los esperaban encaramados a los árboles del bosque. Los niños, y tampoco Peter Pan, se podían esperar algo así, así que los cogieron desprevenidos.

Mientras tanto Garfio acudió a la guarida secreta de Peter, donde el muchacho pasaba el tiempo en soledad haciendo ver que no le importaba haberse quedado solo. El pirata y se escondió dentro de un tronco y esperó a que Peter se durmiera para echar en un vaso que tenía el muchacho junto a su cama un poco del veneno secreto y mortal que siempre llevaba consigo. Esta vez conseguiría acabar con él.

Pero en mitad de la noche Campanilla llegó para contarle a Peter lo ocurrido y advertirle de que sabía que el capitán Garfio le había echado veneno en su vaso. Así que Peter salió veloz con sus armas dispuesto a rescatar a los niños.

Peter llegó hasta el barco de los piratas, el Jolly Roger, un barco siniestro en el que los niños estaban a punto de ser obligados a saltar por la pasarela al mar.

Los piratas estaban atando a Wendy al palo mayor en ese momento cuando de repente sonó algo que nadie esperaba... Tic- tac, tic-tac, tic-tac...

- ¡Es ese maldito cocodrilo! ¡Rápido Smee escóndeme! ¡No dejes que me coja!- gritó Garfio preso del pánico

Pero allí no había ningún cocodrilo, era Peter, que hábilmente se había hecho pasar por él. en cuanto Garfio fue a su camarote a esconderse Peter apareció en la cubierta del barco de un salto y empezó a acabar con los piratas uno por uno. Pero desde sus aposentos Garfio dejó de oír el tic-tac y creyó que el cocodrilo había huido y podía salir de nuevo.

Al salir Garfio se encontró con varios piratas muertos. Nadie sabía qué había ocurrido exactamente así que todos empezaron a pensar que el barco estaba maldito pues ya se sabe que los piratas son algo supersticiosos. Estaban a punto de lanzar a Wendy por la borda convencidos de que era ella quien atraía a la mala suerte, cuando Peter salió de su escondrijo para evitarlo.

- ¡Joven descarado, prepárate para morir! – dijo Garfio
- ¡De eso nada maldito capitán Garfio! ¡No es mi hora sino la tuya! - contestó el valiente Peter Pan

Se enzarzaron en una violenta lucha de espadas y al final Garfio acabó gravemente herido en las costillas, tanto, que no vio salida y decidió lanzarse por la borda sin saber que el cocodrilo lo estaba

Ricitos de oro y los tres osos - cuentos cortos

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Había una vez una casita en el bosque en la que vivían papá oso, que era grande y fuerte; mamá osa, que era dulce y redonda; y el pequeño bebé oso.

Todas las mañanas mamá osa preparaba con cariño el desayuno de los tres. Un gran bol de avena para papá oso, otro mediano para ella y un bol pequeñito para el bebé oso. Antes de desayunar salían los tres juntos a dar un paseo por el bosque.

Un día, durante ese paseo llegó una niña hasta la casa de los tres osos. Estaba recogiendo juncos en el bosque pero se había adentrado un poco más de la cuenta.

- ¡Pero qué casa tan bonita! ¿Quién vivirá en ella? Voy a echar un vistazo

Era una niña rubia con el pelo rizado como el oro y a la que todos llamaban por eso Ricitos de Oro. Como no vio nadie en la casa y la puerta estaba abierta Ricitos decidió entrar.

Lo primero que vio es que había tres sillones en el salón. Se sentó en el más grande de todos, el de papá oso, pero lo encontró muy duro y no le gustó. Se sentó en el mediano, el de mamá osa, pero le pareció demasiado mullido; y después se sentó después en la mecedora del bebé oso. Pero aunque era de su tamaño, no tuvo cuidado y la rompió.

Rápidamente salió de ahí y fue entonces cuando entró en la cocina y se encontró con los tres boles de avena.

- ¡Mmmm que bien huele!

Decidió probar un poquito del más grande, el de papá oso. Pero estaba demasiado caliente y se quemó. Probó del mediano, el de mamá osa, pero lo encontró demasiado salado y tampoco le gustó. De modo que decidió probar el más pequeño de todos.

-¡Qué rico! Está muy dulce, como a mi me gusta.

Así que Ricitos de oro se lo comió todo entero. Cuando acabó le entró sueño y decidió dormir la siesta. En el piso de arriba encontró una habitación con tres camas. Trató de subirse a la más grande, pero no llegaba porque era la cama de papá oso. Probó entonces la cama de mamá osa, pero la encontró demasiado mullida así que acabó por acostarse en la cama de bebé oso, que era de su tamaño y allí se quedó plácidamente dormida.

Entonces llegaron los tres osos de su paseo y rápidamente se dieron cuenta de que alguien había entrado en su casa.

- ¡Alguien se ha sentado en mi sillón! - gritó papá oso enfadado

- En el mío también - dijo mamá osa con voz dulce

- Y alguien ha roto mi mecedora - dijo bebé oso muy triste

Entraron en la cocina y vieron lo que había pasado con su desayuno.

- ¡Alguien ha probado mi desayuno! - gritó papá oso enfadado

- Parece que el mío también - dijo mamá osa dijo mamá osa con voz dulce

- Y alguien se ha comido el mío - dijo bebé oso llorando

De repente el bebé oso miró hacia la habitación y descubrió a su invitada.

- ¡Mirad! ¡Hay una niña en mi cama!

Justo en ese instante Ricitos de oro se despertó y al ver a los tres osos delante de ella saltó de la cama y echó a correr lo más rápido que pudieron sus pies hasta llegar a su casa, dejando atrás incluso sus zapatos.

La ratita presumida- cuentos cortos

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Había una vez una ratita que era muy presumida. Estaba un día barriendo la puerta de su casa cuando se encontró con una moneda de oro. En cuanto la vio empezó a pensar lo que haría con ella:

- Podría comprarme unos caramelos… pero mejor no, porque me dolerá la barriga. Podría comprarme unos alfileres… no tampoco, porque me podría pincharme… ¡Ya sé! Me compraré una cinta de seda y haré con ella unos lacitos.

Y así lo hizo la ratita. Con su lazo en la cabeza y su lazo en la colita la ratita salió al balcón para que todos la vieran. Entonces apareció por ahí un burro:

- Buenos días ratita, qué guapa estás.

- Muchas gracias señor burro - dijo la ratita con voz presumida

- ¿Te quieres casar conmigo?

- Depende. ¿Cómo harás por las noches?

- ¡Hiooo, hiooo!

- Uy no no, que me asustarás

El burro se fue triste y cabizbajo y en ese momento llegó un gallo.

- Buenos días ratita. Hoy estás especialmente guapa, tanto que te tengo que pedir que te cases conmigo. ¿Aceptarás?

- Tal vez. ¿Y qué harás por las noches?

- ¡Kikirikíiii, kikirikíiiii! - dijo el gallo esforzándose por sonar bien

- ¡Ah no! Que me despertarás

Entonces llegó su vecino, un ratoncito que estaba enamorado de ella.

- ¡Buenos días vecina!

- Ah! Hola vecino! - dijo sin tan siquiera mirarle

- Estás hoy muy bonita.

- Ya.. gracias pero no puedo entretenerme a hablar contigo, estoy muy ocupada.

El ratoncito se marchó de ahí abatido y entonces llegó el señor gato.

- ¡Hola ratita!

- ¡Hola señor gato!

- Estás hoy deslumbrante. Dime, ¿querrías casarte conmigo?

- No sé… ¿y cómo harás por las noches?

- ¡Miauu, miauu!, dijo el gato con un maullido muy dulce

- ¡Claro que sí, contigo me quiero casar!

El día de antes de la boda el señor gato le dijo a la ratita que quería llevarla de picnic al bosque. Mientras el gato preparaba el fuego la ratita cogió la cesta para poner la mesa y…

- ¡Pero si la cesta está vacía! Y sólo hay un tenedor y un cuchillo… ¿Dónde estará la comida?

- ¡Aquíií! ¡Tú eres la comida! - dijo el gato abalanzándose sobre ella.

Pero afortunadamente el ratoncito, que había sospechado del gato desde el primer momento, los había seguido hasta el bosque. Así que al oír esto cogió un palo, le pegó fuego metiéndolo en la hoguera y se lo acercó a la cola del gato. El gato salió despavorido gritando y así logró salvar a la ratita.

- Gracias ratoncito

- De nada ratita. ¿Te querrás casar ahora conmigo?

- ¿Y qué harás por las noches?

- ¿Yo? Dormir y callar ratita, dormir y callar

Y la ratita y el ratoncito se casaron y fueron muy felices.

Los siete cabritillos y el lobo- cuentos cortos

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Había una vez una vieja cabra que tenía siete cabritillos. Los quería mucho y como no quería que les pasase nada malo, siempre insistía cuando se iba a por comida que tuvieran mucho cuidado y no abrieran la puerta a nadie.

- No os fiéis de nadie. El lobo es muy astuto y es capaz de disfrazarse para engañaros. Si veis que tiene la voz ronca y la piel negra será él.
- ¡Síii mamá, tendremos cuidado!

En cuanto la cabra desapareció, apareció el lobo y llamó a la puerta

- ¿Quién es?, preguntaron los cabritillos
- Abridme hijos míos, soy vuestra madre.

Pero los pequeños recordaron el consejo de su madre y no se fiaron.

- Tu no eres nuestra madre. Nuestra madre tiene la voz suave y tu la tienes muy ronca.

El lobo se marchó enfadado por haber sido descubierto y fue directo a la tienda donde se compró un trozo de yeso para suavizar su voz. De nuevo volvió a la casa de los siete cabritillos.

- ¿Quién es?, preguntaron los cabritillos
- Soy yo, vuestra madre.

Esta vez su voz sonaba suave, así que los cabritillos no estaban seguros del todo. Entonces, vieron por la ventana que su pata era negra como el tizón y se dieron cuenta de que era el lobo.

- ¡Tu no eres nuestra madre, eres el lobo! Nuestra madre tiene las patas blancas.

El lobo volvió a marcharse malhumorado pensando en que esta vez lo conseguiría. Fue al molinero y le pidió que le pintase la patita con harina, y aunque al principio el molinero no se fió de él, le entró miedo y acabó accediendo.

De modo que el lobo volvió a llamar a la puerta.

- ¿Quién es?, preguntaron los cabritillos
- Soy yo, vuestra madre.
- Enséñanos la patita para que podamos verla

Al ver los cabritillos que su pata era blanca como la nieve creyeron que de verdad se trataba de su madre y le dejaron pasar. Pero cuando vieron que era el lobo, corrieron despavoridos a esconderse por todos los lugares de la casa. Uno se metió debajo de la cama, otro en el horno, otro en la cocina, otro en el armario, otro en el fregadero y el más pequeño en la caja del reloj.
El lobo fue encontrándolos y comiéndoselos uno por uno, excepto al más pequeño, al que no pudo encontrar.

Estaba tan harto de comer cuando terminó que se fue a tumbar debajo de un árbol y se quedó profundamente dormido.

Entretanto llegó mamá cabra y menudo susto se dio cuando vio que toda la casa estaba revuelta y no había ni rastro de sus hijos. Entonces la más pequeña la llamó desde la caja del reloj, su madre la sacó de su escondrijo y le contó lo ocurrido.

La vieja cabra cogió tijeras, aguja e hilo y fue con el cabritillo en busca del malvado lobo. Cuando lo encontraron cogió las tijeras y le abrió la tripa al animal. De ahí salieron uno por uno sus seis cabritillos vivos.

Todos estaban muy contentos de estar sanos y salvos, pero la madre quiso darle al lobo su merecido y ordenó a los pequeños que fueran a por piedras.

Con astucia, logró la vieja cabra llenar al lobo el estómago de piedras sin que éste lo notara.

Cuando se despertó, tenía mucha sed y al acercarse al pozo para beber agua, el peso de las piedras hizo que se cayera dentro y se ahogara. Los cabritillos se acercaron al pozo y comenzaron a saltar y cantar en corro alrededor de él celebrando que volvían a estar los siete juntos.

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