EL ÁGUILA REAL
Desde mi puesto de observación, bien camuflado bajo unas matas de boj, me deleito en la contemplación de cinco jóvenes zorros que juegan a la puerta de su refugio. Han salido hace media hora, con toda precaución, cuando el sol se asomaba sobre las cumbres. Poco a poco han ido cobrando confianza; tendidos en las posturas más cómicas han estado mordisqueándose, para terminar persiguiéndose abiertamente sobre la fresca hierba que crece ante el negro agujero de la cueva.
Súbitamente los cinco zorros a la vez se precipitan hacia su fortín. Casi en el mismo instante oigo detrás de mi cabeza un zumbido creciente, como el producido por una bandada de torcaces al pasar en vuelo bajo por un encinar. Primero veo una sombra enorme, exactamente delante de la mirilla de mi observatorio. Una masa parda se confunde con ella. Es el águila real. Con las alas semicerradas, formando un ángulo con el cuerpo, con las garras abiertas y adelantadas el ave de Júpiter se clava materialmente contra la pared de la cueva de los zorros. En el último instante gira en ángulo recto. Y en lugar de chocar y aplastarse contra la dura caliza, como un observador profano hubiera podido temer, sale lateralmente llevándose un zorrillo en las garras hacia el fondo del valle.
Esta es la técnica de caza favorita de la reina de las aves: el ataque por sorpresa. Cuando se la ve describiendo amplias órbitas, en lo alto del cielo, en realidad no está cazando. Simplemente trata de ganar altura, dejándose elevar por las corrientes ascendentes de aire caliente, llamadas térmicas, para alcanzar una situación que le permita desplazarse hasta sus cazaderos. Cuando las águilas tienen altura suficiente, se lanzan en un picado oblicuo muy tendido, sin dar un golpe de ala. Así, pueden cubrir distancias de hasta treinta kilómetros. Aprovechando la gran inercia de su caída, vuelan velozmente pegadas al terreno, tratando siempre de aparecer de improviso sobre las crestas y cuerdas de los valles, para sorprender a los mamíferos o a las aves que se encuentran al abrigo de las laderas. Un águila real, lanzada a más de doscientos kilómetros por hora hacia el fondo de un estrecho valle, es un espectáculo inolvidable. Y a esa gran velocidad el pesado pájaro resulta tan ágil como un azor; y puede cortar generalmente con un giro brusco de costado, la finta de la más ágil liebre o el salto hacia la madriguera del astuto zorro.
8.¿Cómo lleva las alas en el ataque?
Cuentan las leyendas que, en la época en que dioses y seres fabulosos poblaban la tierra, vivía en Grecia un joven llamado Orfeo, que solía entonar hermosísimos cantos acompañado por su lira. Su música era tan hermosa que, cuando sonaba, las fieras del bosque se acercaban a lamerle los pies y hasta las turbulentas aguas de los ríos se desviaban de su cauce para poder escuchar aquellos sones maravillosos.
Un día en que Orfeo se encontraba en el corazón del bosque tañendo su lira, descubrió entre las ramas de un lejano arbusto a una joven ninfa que, medio oculta, escuchaba embelesada. Orfeo dejó a un lado su lira y se acercó a contemplar a aquel ser cuya hermosura y discreción no eran igualadas por ningún otro.
- Hermosa ninfa de los bosques –dijo Orfeo-, si mi música es de tu agrado, abandona tu escondite y acércate a escuchar lo que mi humilde lira tiene que decirte.
La joven ninfa, llamada Eurídice, dudó unos segundos, pero finalmente se acercó a Orfeo y se sentó junto a él. Entonces Orfeo compuso para ella la más bella canción de amor que se había oído nunca en aquellos bosques. Y pocos días después se celebraban en aquel mismo lugar las bodas entre Orfeo y Eurídice.
La felicidad y el amor llenaron los días de la joven pareja. Pero los hados, que todo lo truecan, vinieron a cruzarse en su camino. Y una mañana en que Eurídice paseaba por un verde prado, una serpiente vino a morder el delicado talón de la ninfa depositando en él la semilla de la muerte. Así fue como Eurídice murió apenas unos meses después de haber celebrado sus bodas.
Al enterarse de la muerte de su amada, Orfeo cayó presa de la desesperación. Lleno de dolor decidió descender a las profundidades infernales para suplicar que permitieran a Eurídice volver a la vida.
Aunque el camino a los infiernos era largo y estaba lleno de dificultades, Orfeo consiguió llegar hasta el borde de la laguna Estigia, cuyas aguas separan el reino de la luz del reino de las tinieblas. Allí entonó un canto tan triste y tan melodioso que conmovió al mismísimo Carón, el barquero encargado de transportar las almas de los difuntos hasta la otra orilla de la laguna.
Orfeo atravesó en la barca de Carón las aguas que ningún ser vivo puede cruzar. Y una vez en el reino de las tinieblas, se presentó ante Plutón, dios de las profundidades infernales y, acompañado de su lira, pronunció estas palabras:
- ¡Oh, señor de las tinieblas! Héme aquí, en vuestros dominios, para suplicaros que resucitéis a mi esposa Eurídice y me permitáis llevarla conmigo. Yo os prometo que cuando nuestra vida termine, volveremos para siempre a este lugar.
La música y las palabras de Orfeo eran tan conmovedoras que consiguieron paralizar las penas de los castigados a sufrir eternamente. Y lograron también ablandar el corazón de Plutón, quien, por un instante, sintió que sus ojos se le humedecían.
- Joven Orfeo –dijo Plutón-, hasta aquí habían llegado noticias de la excelencia de tu música; pero nunca hasta tu llegada se habían escuchado en este lugar sones tan turbadores como los que se desprenden de tu lira. Por eso, te concedo el don que solicitas, aunque con una condición.
- ¡Oh, poderoso Plutón! –exclamó Orfeo-. Haré cualquier cosa que me pidáis con tal de recuperar a mi amadísima esposa.
- Pues bien –continuó Plutón-, tu adorada Eurídice seguirá tus pasos hasta que hayáis abandonado el reino de las tinieblas. Sólo entonces podrás mirarla. Si intentas verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre.
- Así se hará –aseguró el músico.
Y Orfeo inició el camino de vuelta hacia el mundo de la luz. Durante largo tiempo Orfeo caminó por sombríos senderos y oscuros caminos habitados por la penumbra. En sus oídos retumbaba el silencio. Ni el más leve ruido delataba la proximidad de su amada. Y en su cabeza resonaban las palabras de Plutón: “Si intentas verla antes de atravesar la laguna de Estigia, la perderás para siempre”.
Por fin, Orfeo divisó la laguna. Allí estaba Carón con su barca y, al otro lado, la vida y la felicidad en compañía de Eurídice. ¿O acaso Eurídice no estaba allí y sólo se trataba de un sueño?. Orfeo dudó por un momento y, lleno de impaciencia, giró la cabeza para comprobar si Eurídice le seguía. Y en ese mismo momento vio como su amada se convertía en una columna de humo que él trató inútilmente de apresar entre sus brazos mientras gritaba preso de la desesperación:
- Eurídice, Eurídice...
Orfeo lloró y suplicó perdón a los dioses por su falta de confianza, pero sólo el silencio respondió a sus súplicas. Y, según cuentan las leyendas, Orfeo, triste y lleno de dolor, se retiró a un monte donde pasó el resto de su vida sin más compañía que su lira y las fieras que se acercaban a escuchar los melancólicos cantos compuestos en recuerdo de su amada.
1) ¿En qué país vivía Orfeo?
2) Eurídice era:
3) ¿Qué cualidades encontró Orfeo en Eurídice?
4) Orfeo compuso para Eurídice:
5) ¿Por qué murió Eurídice?
6) ¿Qué laguna separa el reino de la luz del reino de las tinieblas?
7) El dios de las profundidades infernales es:
8) ¿Qué condición puso Plutón a Orfeo?
9) ¿Por qué Orfeo giró la cabeza para ver a Eurídice?
10) Eurídice se convirtió en:
AMISTAD
¿Te gustaría tener amigos? No hay chico que no los busque. Y si los pierde, sufre mucho. Hasta a mí me gustaría; pero no los puedo tener. Muchos me tienen afición, nada más que afición. Amistad sólo puede existir entre personas. Y tú ya sabes que no lo soy.
¿Quieres saber, antes de seguir, qué‚ es amistad?
Amistad es la mutua simpatía que sienten las personas, simpatía que impulsa a tratarse con frecuencia, que tiende a preocuparse por ellas y sus problemas y que intenta mejorarlas.
Las palabras claves de la amistad son:
- Simpatía.
- Tratarse.
- Preocuparse
- Mejorar.
La simpatía debe ser hacia la persona, con sus cualidades y defectos. Por esto, puede no ser verdadera amistad la simpatía que sientes hacia las actividades que practica el otro: deportivas, por ejemplo. Te puede caer bien uno porque tiene moto y te lleva a correr. Es un ejemplo.
Lo propio de los amigos es buscarse para hablar de sus cosas: de sus aficiones, sus ilusiones, sus preocupaciones, sus dificultades. Se sienten vinculados el uno al otro y procuran estar juntos en los momentos de tristeza y de alegría.
No existe verdadera amistad, mientras no se manifiesta la propia intimidad.
De esta entrega mutua de la intimidad, se deduce el compromiso de guardar secreto y nace la preocupación de ayudarse el uno al otro. De aquí, que toda amistad tienda a mejorar al amigo. No es amigo el que induce a malos comportamientos. A lo sumo es un aliado. Procura evitar estos aliados, cuanto antes.
No es señal de amistad el abandono de tus normas morales o de tus criterios propios, para aceptar los del amigo. Esto, más bien, sería signo de inmadurez.
Un grupo de chicos que se animan mutuamente a travesuras que no harían a solas, no son amigos; son una "pandilla" peligrosa. Los drogadictos se inician en las "pandillas".
¿Quieres saber dónde puedes encontrar amigos?
Tú te relacionas con chicos de tu edad en diversos lugares. Tienes compañeros en el colegio, en el lugar de veraneo, en actividades deportivas; están los hijos de los amigos de tus padres, etc. De todos ellos, naturalmente, tienen que salir los amigos.
Alguno te caerá simpático y te será fácil hablar con él. Poco a poco, de compañeros pasaréis a ser amigos, aunque no os lo digáis. La amistad no es un compromiso que se declara. Se vive.
Avisos:
La virtudes que sostienen y fomentan la amistad son:
- Lealtad.
- Generosidad.
- Comprensión.
- Confianza.
- Respeto.
- Pudor al manifestar las intimidades personales.
De todas ellas te hablaré‚ más adelante. Vale la pena que las conozcas y las vivas. Tus amigos se lo merecen.
1) La amistad es una mutua:
2) La amistad impulsa a:
3) Los amigos procuran estar juntos:
4) Cuando uno tiene otros amigos debe:
5) Antes que los amigos está:
6) El Ordenador tiene:
7) La amistad tiende a:
8) El buen amigo desea:
9) De la mutua intimidad entre los amigos se deduce:
10) Un amigo mío:
Apenas el sol se puso y sobrevino la oscuridad, Circe me cogió de la mano, me hizo sentar separadamente de los compañeros y, acomodándose cerca de mí, me preguntó cuanto me había ocurrido; y yo se lo conté por su orden. Entonces me dijo estas palabras:
-Oye ahora lo que voy a decir y un dios en persona te lo recordará más tarde: llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos rodeándole, llenos de júbilo, cuando torna a su hogar; las sirenas le hechizan con el sonoro canto, sentadas en una pradera en el centro de un enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanca, mas si tú deseas oírlas, haz que te aten los pies y manos a la parte inferior del mástil, y que las sogas se liguen a él: así podrás deleitarte escuchando a las sirenas. Y en caso de que supliques o mandes a los compañeros que te suelten, atente con más lazos todavía.
Así dijo; y al punto apareció la Aurora, de áureo trono. La divina entre las diosas se internó en la isla, y yo, encaminándome al bajel, ordené a mis compañeros que subieran a la nave y desataran las amarras. Embarcáronse acto seguido y, sentándose por orden en los bancos, comenzaron a batir con los remos el espumoso mar. Por detrás de la nave de azulada proa soplaba próspero viento que henchía la vela; buen compañero que nos mandó Circe, la de lindas trenzas, deidad poderosa, dotada de voz.
Colocados los aparejos cada uno en su sitio, nos sentamos en la nave, que era conducida por el viento y el piloto. Entonces alcé la voz a mis compañeros, con el corazón triste, y les hablé de este modo:
-¡Oh amigos! No conviene que sean únicamente uno o dos quienes conozcan los vaticinios que me reveló Circe, la divina entre las diosas; y os los voy a contar para que, sabedores de ellos, o muramos o nos salvemos, librándonos de la Parca. Nos ordena lo primero rehuir la voz de las divinales sirenas y el florido prado en que éstas habitan. Sólo yo debo oírlas; pero atadme con fuertes lazos, en pie y arrimado a la parte inferior del mástil para que me esté allí sin moverme. Y en el caso de que os ruegue o mande que me soltéis, atadme con más lazos todavía.
Mientras hablaba, la nave llegó muy presto a la isla de las sirenas, pues la empujaba un viento favorable. Desde aquel instante echose el viento y reinó sosegada calma, pues algún numen adormeció las olas. Levantáronse mis compañeros, amainaron las velas y pusiérolas en la nave; y, habiéndose sentado nuevamente en los bancos, emblanquecían el agua, agitándola con los remos de pulimentado abeto. Tomé al instante un gran pan de cera y lo partí con el agudo bronce en pedacitos, que me puse luego a apretar con mis robustas manos. Pronto se calentó la cera, porque hubo de ceder a la gran fuerza y a los rayos del soberano Sol, y fui tapando con ella los oídos de todos los compañeros. Atáronme éstos en la nave, de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil; ligaron las sogas al mismo; y, sentándose en los bancos, tornaron a batir con los remos el espumoso mar. Hicimos andar la nave muy rápidamente, y, al hallarnos tan cerca de la orilla que allá pudieran llegar nuestras voces, no les pasó inadvertido a las sirenas que la ligera embarcación navegaba a poca distancia y empezaron un sonoro canto.
-¡Ea, célebre Odiseo, gloria insigne de los aqueos! Acércate y detén la nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca, sino que se van todos, después de recrearse con ella, sabiendo más que antes, pues sabemos cuántas fatigas padecieron en la vasta Troya griegos y troyanos por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo cuánto ocurre en la fértil tierra.
Esto dijeron con su hermosa voz. Sintióse mi corazón con ganas de oírlas, y moví las cejas, mandando a los compañeros que me desatasen; pero todos se inclinaron y se pusieron a remar. Y, levantándose al punto Perimedes y Euríloco, atáronme con nuevos lazos, que me sujetaban más reciamente. Cuando dejamos atrás las sirenas y ni su voz ni su canto se oían ya, quitáronse mis fieles compañeros la cera con que había yo tapado sus oídos y me soltaron las ligaduras.
HOMERO. Odisea
1.- ¿Quién le enseñó a Ulises cómo librarse de las sirenas?
2.- ¿Qué hacían las sirenas con los hombres que se acercaban?
3.- ¿Qué medios usaban las sirenas para hechizar?
4.- ¿Qué tenía que hacer Ulises con los marineros?
5.- ¿Cómo debía estar Ulises?.
6.- ¿Con qué les premió Circe?
7.- Los marineros no debían oír a las sirenas ni:
8.- ¿Qué pidieron las sirenas a Ulises?
9.- ¿Quién ató de nuevo a Ulises?
10.- ¿Detuvieron la nave para oír a las sirenas?
En África abundan todavÍa animales tan majestuosos como el león, tan bellos como el leopardo y tan gráciles como las gacelas. Sin embargo, ninguno capta la atención del fotógrafo, del cazador o del turista como el colosal elefante. ¿Cuál es la causa del magnetismo que irradia una criatura tosca y aparentemente falta de elegancia? ¿Por qué el cazador recuerda durante toda su vida los segundos en que tuvo frente a su rifle al gigante africano? ¿Por qué el fotógrafo conserva como el más preciado de sus trofeos el retrato del proboscidio en actitud de carga?
El secreto de la atracción que el elefante ejerce sobre el hombre podría radicar simplemente en su tamaño, en el hecho de que ostenta el récord de peso y de volumen entre los mamíferos de la tierra firme y el ser humano es un inveterado conquistador de récords. Pero se me antoja que el origen de nuestras relaciones es mucho más profundo, lejano, y sin duda, dramático. Cada animal fitófago, es decir, comedor de plantas, es perseguido, controlado y, a veces, exterminado por un predator específico. Las cebras son la presa favorita de los leones; las gacelas,del guepardo; los monos, del leopardo; los angulados paleárticos, del lobo; las palomas, del halcón. El único predator especializado en la caza de elefantes, el único cazador que ha venido controlando la población de proboscidios de la Tierra, que ha exterminado algunas de sus razas y ha reducido, en los últimos cincuenta años, a una décima parte la densidad del elefante africano, es el hombre. Se cree que los indios sudamericanos acabaron con los últimos mastodontes del Nuevo Continente. Algunas tribus europeas y asiáticas del Paleolítico vivieron durante milenios a expensas del mamut, gigantesco elefante peludo del Cuaternario, según se ha podido comprobar por los restos hallados en sus antiguos campamentos. Los pigmeos de las selvas tropicales africanas, los furtivos negros, los profesionales del marfil y los llamados deportistas de Europa y América siguen abatiendo elefantes a un ritmo creciente donde no están férreamente protegidos. Los proboscidios están tan bien dotados por la Naturaleza que, sin la persecución constante del hombre, durante más de medio millón de años, hubieran llegado a extenderse por todos los continentes, al menos en sus partes cubiertas de vegetación herbácea o arbustiva.
Pero la más espectacular e inesperada consecuencia de la interdependencia entre el hombre y el elefante, cazador y presa, respectivamente, ha tenido lugar en los grandes parques africanos.
Estaba yo en la cumbre de la colina, en la parte este de la isla, desde donde en un día despejado había llegado a divisar el continente americano, cuando Viernes miró muy atentamente hacia el continente y en una especie de arrebato, empezó a brincar y a bailar y me llamó a gritos, porque yo estaba a cierta distancia de él. Le pregunté que qué le pasaba.
-¡Oh, alegría! -dijo-. ¡Oh, alegre! ¡Yo ver mi tierra, ver mi país!
Observé que una inmensa sensación de placer aparecía en su rostro, y que sus ojos centelleaban, y que sus ademanes revelaban un ansia extraordinaria, como si quisiera volver de nuevo a su tierra. Esta observación mía me sugirió muchas ideas, que en un principio me hicieron no estar tan tranquilo respecto de mi nuevo criado Viernes como lo estaba antes. No tenía ninguna duda de que si Viernes podía regresar con su pueblo, no sólo olvidaría toda su religión, sino también toda su gratitud para conmigo; y también que sería lo suficientemente osado como para hablar de mí a los suyos, regresar con un centenar o dos de ellos, y hacer un festín conmigo, lo cual le produciría tanto júbilo como el que solía sentir con los de sus enemigos cuando eran hechos prisioneros en la guerra. Pero era muy injusto con aquel pobre ser honrado, lo cual lamenté más adelante.
Como mi recelo aumentaba hasta llegar a dominarme, durante varias semanas estuve un poco más circunspecto, y no tan familiar y amable con él como antes.
Al cabo de varios días, sondeé a Viernes y le dije que le daría un bote para volver a su tierra; y así fue como le llevé a ver a mi chalupa, que se hallaba en el otro lado de la isla, y tras haberla vaciado de agua, porque yo siempre la mantenía hundida, la puse a flote, se la enseñé y los dos nos metimos dentro. Vi que era habilísimo en maniobrar con ella, que sabía hacerla navegar casi con tanta ligereza y rapidez como yo mismo; así que cuando él estuvo dentro le dije:
-Bueno, Viernes, ¿vamos a tu tierra?
Se quedó como alelado al oírme decir esto, al parecer porque creía que el bote era demasiado pequeño para ir tan lejos. Entonces le dije que tenía otro mayor; así es que al día siguiente fui hacia el lugar donde estaba el primer bote que había hecho, pero que no pude llevar hasta el agua. El dijo que aquél era lo suficientemente grande; pero lo que pasaba era que como yo no me había cuidado de él, y había estado allí veintidós o veintitrés años, el sol lo había resquebrajado y resecado, de manera que estaba inservible. Viernes me dijo que un bote así iría muy bien y podría llevar "mucho bastante víveres, bebida, pan", que así era como hablaba.
Estaba ya por este tiempo tan obsesionado por mi propósito de cruzar el mar con él y llegar hasta el continente, que después de todo aquello le dije que íbamos a hacer un bote tan grande como ése para que él pudiera volver a su país. No respondió ni una palabra, pero se quedó muy serio y triste. Le pregunté qué le pasaba. Y él a su vez me hizo esta pregunta: -¿Por qué muy enfadado con Viernes? ¿Qué hacer yo?
Le pregunté que qué quería decir con esto y le aclaré que yo no estaba en absoluto enfadado con él. -¡No enfadado! ¡No enfadado! -exclamó repitiendo varias veces las palabras-. ¿Por qué enviar Viernes fuera de casa a mi tierra?
-¡Cómo! ¿No decías que querrías estar allí?
-Sí, sí -respondió-, querer estar allí los dos, no querer Viernes allí y amo no allí. En una palabra, no le cabía en la cabeza irse sin mí.
-Pero, Viernes -dije-, si me voy contigo, ¿qué voy a hacer yo allí?
A esto me replicó con mucha viveza:
-Tú hacer mucho, mucho bien, tú enseñar hombres salvajes ser hombres buenos, sabios, pacíficos; tú enseñarles conocer Dios, rezar Dios y vivir vida nueva.
-¡Ay, Viernes! -dije-, no sabes lo que dices, yo no soy más que un ignorante.
-Sí, sí -insistió-, tú enseñarme bien, tú enseñar ellos bien.
-No, no, Viernes, irás sin mí, me dejarás aquí viviendo solo como antes.
De nuevo pareció quedarse muy confuso ante estas palabras, y precipitándose sobre una de las destrales que solía llevar, la cogió apresuradamente, vino hacia mí y me la dio.
-¿Qué tengo que hacer con esto? -le pregunté.
-Tú matar Viernes -dijo.
-¿Y por qué tengo que matarte?
Replicó con mucha viveza:
-¿Por qué enviar lejos Viernes? Coger, matar Viernes; ¿no enviar lejos Viernes?
Esto lo decía con tanta emoción que vi lágrimas en sus ojos. En una palabra, que vi con tal evidencia el extremado afecto que me profesaba y lo firme de su resolución, que le dije entonces, y se lo repetí a menudo más adelante, que nunca lo enviaría lejos de mí, si él quería quedarse conmigo.
1.- ¿Cómo se llamaba el amigo de Robinson?
2.- ¿Qué dijo Viernes al divisar el continente americano?
3.- Robinson pensaba que si Viernes se marchaba:
4.- Robinson estaba circunspecto o reservado porque:
5.- El bote grande estuvo al sol durante:
6.- ¿Cómo estaba el bote grande?
7.- Robinson le propuso a Viernes:
8.- ¿Por qué Viernes se quedó serio y triste?
9.- ¿Qué podía enseñarles Robinson a los amigos de Viernes?
10.- ¿Qué virtud tenía Viernes?
El poder estudiar (tener inteligencia) es muy importante para conseguir el éxito en los estudios, pero no lo es todo. Hay estudiantes que teniendo una inteligencia normal, a base de esforzarse y "machacar" terminan sacando buenas notas.
El querer estudiar (tener motivaciones o voluntad) es tan importante o más que la inteligencia para alcanzar buenas notas. La motivación, en el sentido de causa que mueve o impulsa a estudiar, ha sido estudiada en un trabajo de investigación con alumnado del Ciclo Superior de E.G.B. de Zaragoza (Memoria de Licenciatura. Ramo García, Arturo. Valencia, octubre de 1977). En este trabajo se distinguen las motivaciones internas y las externas. Llamamos internas o personales a aquellas motivaciones que nacen del propio alumno, que quiere hacer algo por sí mismo y tiene voluntariedad actual. Las motivaciones externas o ajenas son aquellas que no nacen del alumno sino de otras personas (padres, hermanos, profesores, compañeros) y de circunstancias que le rodean.
Entre las motivaciones internas o personales distinguimos las que hacen referencia al interés profesional (conseguir un buen trabajo y seguir estudiando), al interés personal (me gusta estudiar, por satisfacción personal) y al interés escolar (saber más, sacar buenas notas, superarme).Estas motivaciones internas están muy relacionadas con el alumnado que obtiene altos rendimientos.
Las motivaciones externas o ajenas suelen ser familiares (por satisfacer a los padres, porque me riñen o me pegan), escolares (por no suspender en las evaluaciones, por saber contestar en clase) y sociales (por ir de veraneo, por tener el sello de listo). Todas ellas están muy relacionadas con el alumnado de rendimiento bajo. Podríamos afirmar que estas motivaciones externas no sólo no ayudan al estudiante sino que le perjudican en sus rendimientos escolares. Dicho de otra forma, para que los rendimientos sean satisfactorios ha de ser el alumno quien primordialmente quiera estudiar, con interés personal, profesional o escolar, que nacido dentro de sí mismo le empuje al esfuerzo que ordinariamente exige el estudio.
Si esta motivación personal o interna no existe o incluso es negativa-con un rechazo claro hacia el estudio- los esfuerzos que hagan los padres, los profesores y compañeros para ayudar al alumno, utilizando todos los medios (propinas, castigos, riñas, recompensas afectivas, etc.), serán insuficientes. También serán insuficientes los otros estímulos de la sociedad que empujan al alumno al estudio.
2.- El querer estudiar se refiere a:
3.- Las motivaciones que nacen del propio alumno se llaman:
4.- Las motivaciones internas o personales están relacionadas con:
5.- Las motivaciones que nacen de otras personas se llaman: