El Minotauro, un monstruo mitad toro y mitad hombre, vivía en la isla de Creta, encerrado en un laberinto. Era un monstruo tan terrible que para calmar su enojo los habitantes de Creta debían ofrecerle cada año, catorce jóvenes para que se alimentara.
Un día llegó Teseo, un valiente joven decidido a acabar con el Minotauro: no tenía miedo e iba bien armado. El verdadero problema que enfrentaba era cómo salir del laberinto una vez que entrara y acabara con el monstruo. La hija del rey, Ariadna, le ofreció un hilo para que lo fuera soltando dentro y así pudiera conocer el camino de regreso.
Con su valentía y la ayuda de Ariadna, Teseo logró acabó con el Minotauro y regresó victorioso a casa.
Eco era una ninfa del bosque que le gustaba platicar mucho. Un día, la diosa Hera le preguntó si había visto a su esposo Zeus. Ella, en vez de contarle que vio al dios coqueteando por ahí, le platicó mil y una cosas que nada tenían que ver con la pregunta que le hicieron. Enojada por tanto diálogo vacío, Hera la castigó silenciando sus palabras y obligándola a repetir la última palabra de lo que otros pronunciaran.
En tiempos muy remotos, los hombres vivían en cuevas y comían lo que encontraban. Un dios, llamado Prometeo, se compadeció de ellos y quiso enseñarles a entender los ciclos de la naturaleza, a utilizar herramientas y a guiarse por los astros. Pero Zeus, el dios más poderoso de los griegos, no quería que los hombres tuvieran poder y le prohibió a Prometeo que los ayudara.
Prometeo desobedeció las órdenes de Zeus y robó el fuego del Olimpo para dárselos a los hombres. Cuando Zeus descubrió el robo, se enojó mucho. Como castigo, encadenó a Prometeo a un peñasco y ordenó a un buitre que todos los días le comiera las entrañas. Así, el ladrón del fuego pasó días y años, encadenado y alimentando al ave rapaz con sus vísceras, que cada noche volvían a regenerarse. Después de mucho, los dioses se apiadaron de él y lo liberaron.
Narciso era un joven tan guapo, que todas las jóvenes se enamoraban al verlo. Pero él no tenía interés en ninguna; es más, se burlaba del amor.
La ninfa Eco, al igual que otras chicas, se enamoró de él, pero el joven la rechazó. Con el corazón roto, Eco se ocultó en una cueva y no volvió a salir. Némesis, la diosa de la justicia y la venganza, como castigo a Narciso por este desprecio a la ninfa, lo invitó a que viera su reflejo en el agua.
Al verse reflejado en el agua, Narciso se cautivó ante su propia imagen y no pudo dejar de verse. En un intento por alcanzar la belleza del reflejo, cayó al agua y murió.
Las nereidas eran hadas del mar, hijas de Nereo, el dios del mar. Se dice que había 50 de ellas y todas eran muy bellas y jóvenes. Sobre sus hipocampos, mitad caballo y mitad pez, cabalgaban por el mar.
Ellas eran conocidas por ayudar a los marineros en peligro. Una vez, Jasón, príncipe de Grecia, tuvo que navegar entre las Rocas chocantes, que eran un angosto paso de agua con rocas altas de cada lado. Las historias sobre los barcos aplastados por estas rocas eran muchas, pero para fortuna de Jason, las nereidas salieron a su rescate y levantaron su barco y lo llevaron a aguas seguras.
Atenea es hija de Zeus, y no nació de una forma tradicional. Así comienza su historia: su padre sufría un fuerte dolor de cabeza, tan fuerte que le pidió a su hermano Hefesto que le abriera la cabeza para saber la causa de su dolor. Del cráneo de Zeus nació Atenea, adulta y vestida con su armadura.
Atenea representa la diosa de la sabiduría. Ella enseñaba cómo hacer cestos, cómo tejer y cómo hacer varias artesanías.
Es protectora de varias ciudades de Grecia, porque, además, es la diosa de las guerras justas. Esto quiere decir que ama la paz, y solo cuando es necesario participa en una guerra para terminarla a favor de quien lo merece.
Los griegos la representaron en dibujos y en esculturas con casco, lanza y la égida (un escudo de piel de cabra). El animal que se identifica con ella es la lechuza y su árbol es un olivo.