Los griegos, que vivieron hace muchos, pero muchísimos, más de 2500 años atrás, buscaron una explicación de ese mundo en el que vivían. Así que imaginaron que todo era obra de unos seres grandiosos, poderosos e inmortales: los dioses.
Alguna vez te has preguntado: ¿cómo comenzó el mundo?, ¿por qué existe el cielo, la tierra y los mares?, ¿por qué el sol sale todos los días?, ¿por qué tras el invierno llega la primavera?, ¿cómo el hombre descubrió el fuego? o ¿por qué existe la guerra?
Los griegos antiguos explicaban todas estas cuestiones a partir de la existencia de dioses. Sigue leyendo y conoce alguna de estas historias.
Para los griegos, Zeus era el dios más poderoso, el creador del cielo y de la luz. Su poder era tal que gobernaba al resto de los dioses y decidía también sobre los mortales. ¿Quiénes son los mortales? Aquellos que mueren, los que tienen la vida contada, es decir, el ser humano. Porque ya te imaginarás que los dioses eran inmortales.
Zeus era un dios muy coqueto, que tenía muchas aventuras amorosas con otras diosas, ninfas y mujeres mortales, y esto enojaba mucho a su esposa Hera, la diosa de los cielos y del hogar. De estas aventuras nacieron otros dioses.
A Zeus se le representa con un rayo en la mano, con el cual podía fulminar a sus enemigos. También se le dibuja acompañado de una águila o de un toro y con un cetro en la mano.
El padre de Zeus era Cronos, y no fue un buen padre, porque se comía a sus hijos. Y esto lo aprendió de su propio padre, Urano, que también odiaba a sus hijos. Cronos escapó del encierro en que lo tenía su padre y lo venció. Entonces se volvió el dios más importante.
Pero alguien le dijo que dejaría de ser el rey de todo, porque uno de sus hijos le iba a quitar el trono. Y para que ninguno de sus hijos lo destronara, decidió comérselos. Rea, la esposa, no estaba de acuerdo en que sus hijos fueran comidos, así que decidió engañar a su marido. Cuando nació Zeus, lo escondió y en vez de entregarle al hijo, le entregó una piedra bien envuelta que parecía el recién nacido. Cronos se lo tragó pensando que era su hijo.
Zeus creció y regresó a liberar a sus hermanos. Ganada la batalla, obligó a Cronos a vomitarlos. Desde entonces es Zeus el que gobierna los cielos y es el rey de los dioses.
Entre los hermanos que Zeus liberó del estómago de Cronos, estaba Poseidón. En la repartición de las áreas que cada hermano gobernaría, a Poseidón le tocaron los mares. Además de las aguas marinas y submarinas, Poseidón también era el dios de los caballos y de los terremotos. Los griegos dibujaban a este dios como un hombre fuerte con un tridente, que es un bastón con tres picos. También lo imaginaban sobre un carro tirado por caballos.
Poseidón podía generar tempestades o aguas tranquilas, según el estado de ánimo en el que se encontrara. Si los navegantes no eran de su agrado, Poseidón podía mandarles fuertes olas y hundirlos. El gran regalo que hizo este dios de las aguas al ser humano fue el caballo.
Dédalo era un hábil inventor y arquitecto que vivía en Atenas. El rey de Minos le pidió que construyera un laberinto para encerrar al Minotauro, un terrible monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre que amenazaba el reino.
Dédalo y su hijo Ícaro diseñaron un intrincado laberinto para que quien entrara no pudiera salir. Para que ningún mortal pudiera conocer el secreto de los caminos, el rey Minos encerró al diseñador y a su hijo dentro de la construcción.
La salida estaba clausurada, así que padre e hijo debían pensar en una solución que no fueran las puertas. Observaron a su alrededor, reflexionaron y, por fin, a Dédalo se le ocurrió la solución después de ver volar a los pájaros cerca de ellos. ¡Se harían sus propias alas y escaparían volando!
Con plumas de aves y cera de abeja se hicieron unas espectaculares alas y así escaparon de aquella prisión. Toda bien, ¿cierto? El padre le advirtió a su hijo que estarían seguros siempre y cuando no volaran ni muy alto ni muy bajo.
Ícaro se sintió libre y tan seguro de sus alas que olvidó los consejos de su padre. Empezó a acercarse al sol y la cera comenzó a derretirse. Las alas se desprendieron de Ícaro, quien cayó en picada al mar y murió.