Case Studies

LA VIUDA MISTERIOSA -cuentos de terror

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Mi abuelo en sus años de juventud paso por una experiencia muy extraña, esto sucedió en la década de los 60 en la India rural.

Mi abuelo vivía en un pequeño pueblo, era una casa hecha de barro y ladrillos. Al otro lado se encuentra un cuarto que permaneció cerrado mucho tiempo, cuenta que en ese tiempo vivía una viuda, ella nunca interactuaba con nadie del pueblo a causa de su problema, ella era susceptible a la posesion, en la india hay una creencia muy rara si una persona nace bajo el signo sagitario es mas propensa a las interacciones sobrenaturales, esta pobre mujer era uno de ellos.

Cada noche esta mujer era poseida y sus gritos se escuchaban por toda la casa, en realidad nadie sabia lo que esta sucediendo en el interior.

Una noche los gritos llegaron hacer tan fuertes que rápidamente mi abuelo se despertó y logro escuchar voces que no eran de la mujer junto con rasguños y chillidos agudos. La noche siguiente los vecinos se reunieron para saber realmente que esta sucediendo, prendieron antorchas de fuego ya que en ese entonces aun no había electricidad, junto con mi abuelo los vecinos escucharon que alguien golpeaba la puerta, pero tan pronto se abrió la puerta, los gritos se calmaron.

Poco a poco buscaron en el interior del cuarto y no se encontraba la mujer, salieron inmediatamente afuera en ese entonces una de las antorchas logro iluminar en baño, ella esta echada en el suelo vomitando agua de color negro en ese momento todos se quedaron congelados, el olor era insoportable, estaba mordiendo y desgarrando la carne de una gallina. al rededor se podía ver la sangre del animal.

Ella de repente se detuvo y se hizo poco a poco el contacto visual con mi abuelo, la parte blanca de sus ojos era de color amarillo y el iris de un color ceniza. Mi abuelo se acuerda de esos ojos hasta nuestros días, entonces, antes de que pudiera reaccionar ella se abalanzo con gran velocidad y le mordio en el muslo derecho, rápidamente la gente lo resguardo y lo llevaron a casa de un amigo.

En la mañana mi abuelo despertó con un grito, sudoración y asustado, mi abuelo pensaba que esto era una pesadilla, rápidamente cogió una jarra de agua, sintió un pinchazo en el muslo, tal fue su sorpresa que la marca de la mordedura estaba allí, este caso asusto a todo el pueblo, los vecinos llevaron a cabo toda clase de rituales sagrados para eliminar las energías negativas de la casa.

Desde entonces la gente nunca se aventuraba por la casa o cualquier lugar cerca de la casa, incluso durante el día.

Con el tiempo los gritos murieron y también la pobre mujer, las autoridades retiraron el cuerpo mutilado de la viuda, la casa fue demolida y quemada con la ayuda de algunos vecinos, hasta la fecha nunca se supo por que murió de esta manera.

Mi abuelo todavía se estremece cuando recuerda esa terrorífica mirada.

EL VISITANTE NOCTURNO -cuentos de terror

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Leonor se mudaba de nuevo. A su madre le encantaba la restauración, así que su predilección por las casas antiguas empujaba a la familia a llevar una vida más bien nómada. Era la primera noche que dormían allí y, como siempre, su madre le había dejado una pequeña bombilla encendida para espantar todos sus miedos. Cada vez que se cambiaban de casa le costaba conciliar el sueño.

La primera noche apenas durmió. El crujir de las ventanas y del parqué la despertaba continuamente. Pasaron tres días más hasta que empezó a acostumbrarse a los ruidos y descansó del tirón. Una semana después, en una noche fría, un fuerte estruendo la sobresaltó. Había tormenta y la ventana se había abierto de par en par por el fuerte vendaval. Presionó el interruptor de la luz, pero no se encendió. El ruido volvió a sonar, esta vez, desde el otro extremo de la habitación. Se levantó corriendo y, con la palma de la mano extendida sobre la pared, empezó a caminar en busca de su madre. Estaba completamente a oscuras. A los dos pasos, su mano chocó contra algo. Lo palpó y se estremeció al momento: era un mechón de pelo. Atemorizada, un relámpago iluminó la estancia y vio a un niño de su misma estatura frente a ella. Arrancó a correr por el pasillo, gritando, hasta que se topó con su madre. “¿Tu también lo has visto?”, le preguntó.

Sin ni siquiera preparar el equipaje, salieron pitando de la casa. Volvieron al amanecer, tiritando y con las ropas mojadas. Se encontraron todo tal y como lo habían dejado... menos el espejo de la habitación de la niña. Un mechón de pelo colgaba de una de las esquinas y la palabra “FUERA” estaba grabada en el vidrio.

La familia se mudó de manera definitiva para dejar atrás aquella pesadilla. Leonor había empezado a ir a un nuevo colegio y tenía nuevos amigos. Un día, la profesora de castellano les repartió unos periódicos antiguos para una actividad. La niña ahogó un grito cuando, en una de las portadas, vio al mismo niño una vez más, bajo un titular: “Aparece muerto un menor en extrañas circunstancias”

MUERTO EL PERRO - cuentos de terror

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Había pocas cosas en la vida de las que Elena estaba segura, sin embargo, de nada estaba más convencida que de su profundo odio por su madre. Solo pensar en esa mujer, que supuestamente debía significar el mundo para ella, le producía jaqueca y una sensación de cólera que tardaba minutos, casi horas, en calmarse.

 

Quizás no era para menos. La madre de Elena era una persona desagradable, de lengua hiriente y a quien le importaba poco otra persona que no fuese ella misma... aunque clamara que su amor por su hija era el más grande de todos. Pero, además de esto, la mujer tenía un demonio propio que la convertía en un ser torpe y agresivo, que se apoderaba de su cuerpo y de su mente en las situaciones más diversas, y que venía envasado en una botella de vidrio. Botella que, tras treinta minutos de haber sido abierta, era reemplazada por otra y luego por otra.

 

Elena ya no podía llevar la cuenta de la cantidad de veces que tuvo que correr al médico porque su madre había bebido unas botellas de más que la llevaron a abrirse la cabeza contra algún mueble. La cantidad de noches que durmió con un bate bajo la cama para protegerse si era necesario. La cantidad de insultos que tuvo que escuchar. Con diecisiete años recién cumplidos, la chica había vivido más de lo que le hubiese gustado vivir. Su padre había muerto en un accidente de tránsito hacía ya cinco años, y Elena se sentía completamente sola. Sentía como si el peso del mundo recayese sobre sus débiles hombros.

 

Acostada sobre su colchón y mirando taciturnamente hacia el techo, cada noche pensaba en encontrar una salida de aquel laberinto. Fabulaba fantasías prohibidas de pequeñas dosis de cianuro que accidentalmente se mezclaban con el champagne, pantuflas que se enredaban en las escaleras, tuberías de gas que acababan desarrollando pérdidas y cigarrillos encendidos que las descubrían. Pensamientos que nunca quedaban más que en su mente y eran borrados por el sonido sordo de una silla que se golpeaba, un vaso que se caía o gritos incomprensibles que salían de esa lengua trabada y pastosa que aparecía después de la cuarta copa. Las lágrimas no dejaban de caer de los ojos de Elena, dejando su blanco cutis ardido y enrojecido, mientras que las manos comenzaban a temblarle y un monstruo violento y voraz golpeaba su pecho intentando salir. «Acá vamos de nuevo», pensaba entre sollozos mientras echaba llave a su cuarto y se ponía sus auriculares para acallar el sonido. Si

 

Luego de una hora, por lo general, el ruido cesaba y entonces bajaba a ver los daños: un plato roto, un televisor tumbado, una alfombra vomitada... eran los favoritos de su madre. Pero la imprudente mujer nunca recibía heridas serias. «Años y años te esperan de lo mismo», pensaba para sí misma la cansada adolescente, cuyo rostro ya comenzaba a mostrar el castigo del estilo de vida que su progenitora había escogido para ella.

 

Una fría noche de julio, Elena hacía su habitual recorrido por los pasillos de la casa en busca del saldo de destrozos de la noche. Cuando llegó a la cocina, su corazón dio un tumbo y comenzó a galopar en su pecho. Allí estaba su madre, inerte en el suelo, descansando en un charco de sangre. «Muerto el perro, se acabó la rabia», pensó y esbozó una pequeña sonrisa. Con una sensación que le pareció eufórica, se acercó corriendo hacia la mujer y le tomó el pulso. Normal. Solo tenía una herida superficial en la cabeza... de esas que sangran demasiado para el tamaño que tienen. Sintió desilusión. Sí, ese sentimiento era desilusión, no había la menor duda de ello.

 

«Muerto el perro, se acabó la rabia», volvió a pensar mientras se retiraba. La solución ya era ineludible... su madre no moriría sola y ella no quería vivir una vida donde tuviese que hacerse cargo de ese pesado bulto que olía a whisky barato.

 

No se detuvo a pensarlo. Solo iba a esperar que su madre estuviese despierta y sobria. Quería que tuviese el nivel de consciencia suficiente como para entender qué ocurría y por qué era su culpa lo que estaba pasando.

 

Esa noche no durmió. Su cuerpo se estremecía de gozo al pensar que pronto todo su sufrimiento terminaría.

 

El sol salió, y ella se preparó para la acción. Tomó el bate oxidado que guardaba bajo su cama y se sentó a esperar el sonido de la cafetera poniéndose en marcha. Su estomago empezó a darle golpes de excitación cuando por fin escuchó el crujir de los granos de café que se molían... «Yo te quitaré la resaca, no te preocupes», pensó mientras sonreía.

 

Caminó lentamente, saboreando cada macabro instante. Llegó a la cocina y entró. Su madre, que se dio vuelta a saludarla cuando escuchó sus pasos, la miró asustada y ahogó un grito en cuanto su hija alzó el bate por sobre su cabeza.

 

Elena descargó el bate contra la piel y sintió cómo los huesos crujían y se rompían. Lo levantó y lo volvió a bajar con una fuerza sobrehumana, una y otra vez, por encima de cuanto lugar pudo. Las piernas y los hombros eran los lugares a los que menos le costaba atinarle. El placer era inmenso, sentía como si sus problemas se enjuagaran en una catarata de sangre. Los gritos y plegarias de su madre eran cada vez más fuertes. Golpeó la cabeza y la abrió; pudo sentir los sesos derramándose en sus manos. La sangre le empapó el rostro y ella se relamió con regocijo macabro. Siguió golpeando brutalmente hasta que dejó de escuchar los gritos. Allí, en el charco de sangre, abatida por la emoción, se dejó caer, exhausta.

 

Cuando los oficiales de policía llegaron a la escena, se llevaron una desagradable sorpresa. Arrestaron inmediatamente a la mujer con síntomas de ebriedad y largo historial clínico, negándose a creer sus disparatadas excusas. Después de todo, ¿quién sería capaz de apalearse a sí mismo hasta la muerte?

LAS PRIMERAS PALABRAS DE MI HIJO - cuentos de terror

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Charlie nació como una bola de gritos diminuta, rosa y agitada. Nació un mes prematuramente, escapándose como si tuviera lugares que visitar y gente que ver. Mi esposa bromeó con que tenía la voz de un ángel; sus gritos severos podían arrancar la pintura de las paredes y los vellos finos de oídos internos. Beth y yo nos tomábamos turnos para que uno de nosotros realmente pudiera dormir un poco en el sótano. A medida que pasaban los meses agotadores y se formaban bolsas bajo nuestros ojos, nos dimos cuenta de que todo ello nos tocaría por un plazo de tiempo más extenso del que nos habíamos imaginado.

 

A los seis meses, Charlie era tan ruidoso como nunca, aunque un poco más carismático con esa onda de cabello negro. Parecía que se calmaba un poco cuando le leía, así que terminaba leyéndole novelas enteras a nuestro pequeño ángel atronador. Él odiaba la lactancia y prefería el biberón, algo que a ambos nos pareció un poco extraño, pero que aceptamos luego de haber hablado con nuestro pediatra. En cualquier otro aspecto, Charlie estaba saludable, y se nos aconsejó que simplemente le tuviéramos paciencia durante sus berrinches estridentes. El ibuprofeno y las orejeras se convirtieron en herramientas de uso regular dentro de nuestro arsenal.

 

Cuando Charlie cumplió los doce meses, nos preocupamos más y lo llevamos a un psiquiatra infantil para cubrir las bases. Habíamos descartado cualquier mal físico, pero sus torrenciales ojos amplios y su boca chirriante parecían albergar algo más profundo, lo cual sentimos que necesitábamos explorar. El doctor mencionó un trastorno de regulación emocional como posible causa, y sugirió que ejecutáramos ciertas interacciones juguetonas, remedando a Charlie hasta que reconociera nuestro comportamiento imitador y nos siguiera el juego al chuparse el pulgar o riendo. Seguimos intentándolo, pero nada funcionó. No fue hasta unos meses después de su cumpleaños, cuando Beth estaba en el baño, que Charlie habló finalmente.

 

Yo había estado gateando en la alfombra para copiar su comportamiento cuando Charile se sentó y se me quedó viendo con ojos temblorosos y vidriosos, apuntando su dedo regordete hacia la puerta cerrada del baño. Un cosquilleo de inquietud danzó por los vellos de mi cuello a medida que arrugaba su cara en la forma de un puchero lloroso y pronunciaba sus primeras palabras. «No es mami», se lamentó, negando con su cabeza diminuta mientras las lágrimas se derramaban por su cara rosada y tierna. Giré mi cabeza hacia el baño para contemplar la silueta de Beth, quien estaba parada singularmente en el marco de la puerta con su cabello levantado. Y entonces noté, reflejada en el espejo, la costura que descendía por detrás de su cabeza.

 

Tenía una llamada perdida... de mi propio número - cuentos de terror

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Odio hablar por teléfono.

 

Todas esas pausas incómodas, no saber cómo terminar la llamada… ¿y el riesgo de hablar con alguien por una hora? ¡Es aterrador! Por eso mantengo mi teléfono celular en silencio perpetuo y asumo que, si es importante, dejarán un mensaje de texto o un correo de voz.

 

Así que el domingo por la tarde, mientras estaba lavando los platos, mi teléfono estaba silenciado en el sofá. Cuando lo levanté más tarde para revisar la hora, descubrí que tenía una llamada perdida a las 7:24 p.m., pero lo que vi después hizo que mi corazón se acelerara.

 

La llamada perdida era de mi propio número: (352)-xxx-xxxx.

 

«¿Siquiera es posible esto?», pensé.

 

Hice una búsqueda rápida en Google. «Algunos estafadores pueden imitar tu número de teléfono para aumentar la probabilidad de que contestes. Para prevenirlo, dirígete a…». Ugh. Cerré la laptop, lancé el teléfono en la cama y me fui a duchar.

 

Cuando salí, revisé mi teléfono.

 

Tenía otra llamada perdida de mi número…

 

Y un correo de voz.

 

«De seguro solo es un mensaje del estafador —pensé—. ¿Estás satisfecho con tu internet? ¿Necesitas un lavavajillas?». Marqué mi buzón de voz y escuché detenidamente.

 

¡PUM!

 

Lo primero que distinguí fue un ruido sordo haciendo eco a través del auricular.

 

Los siguientes veinticinco segundos fueron de estática. Y pude escuchar alguna especie de cliqueo de trasfondo, débil, apenas audible. Clic, clic, clic.

 

A los veinticinco segundos, pude escuchar un sonido distintivo de crujido, y luego la estática comenzó a desistir. No desapareció, pero mutó lentamente en un zumbido suave.

 

A los veintisiete segundos, se oyó una voz cortada, intercalada con el zumbido. No pude discernir ninguna palabra, pero sonaba como la voz de una mujer. Y el tono se sentía relativamente normal, no creo que estuviera gritando o llorando.

 

Y luego, a los treinta y cinco segundos:

 

«¡DETENTE!».

 

Esta palabra fue clara. Fue gritada, fuerte y claro, por encima del zumbido. No pude distinguir si acarreaba enojo o temor; al ser una reproducción tan breve, era difícil saberlo.

 

Pero sí sé una cosa, sin lugar a dudas.

 

Fue mi voz.

 

El audio terminó ahí. Dejé caer mi teléfono y solo me quedé sentado en la cama, tratando de encontrarle sentido a todo ello. «Quizá fue algún fallo técnico extraño», pensé, alzando un brazo a la altura de mi cara. «¿Y realmente fue mi voz? Es decir, cientos de hombres deben de sonar como yo, ¿no?».

 

El teléfono destelló.

 

Un mensaje de texto.

 

Lo agarré. El teléfono se deslizaba en mis dedos sudorosos.

 

Era un mensaje de mi número. Y solo contenía cuatro palabras, todas en mayúsculas:

 

NO ABRAS LA PUERTA

 

«Qué ridículo. ¿Qué se supone que significa? ¡Obviamente tengo que abrir la puerta en algún punto! Mañana me toca trabajar, y…».

 

El aire acondicionado se encendió. Un zumbido suave llenó la habitación.

 

Clic, clic, clic.

 

Pisadas con zapatos de tacón en el pasillo de afuera.

 

Y luego…

 

¡PUM!

 

Un golpe en mi puerta principal.

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